Desde hace más de 2000 años, todos los años se escucha esta historia, que nunca nos cansa. Esta historia del niño en el pesebre, de María y José, de los ángeles y los pastores, conserva un aura que cautiva el corazón. ¿Por qué? Quizás por la atmósfera romántica, quizás por el anhelo de un mundo ideal en medio de situaciones vitales difíciles. Pero esta historia transmite algo más, a saber, un mensaje realmente increíble: Mira, el cielo está vacío. Dios viene a la tierra.
No nos acercamos a Dios mirando al cielo, lejos de la tierra de mal. Ninguna elevación piadosa del alma nos ayudará a llegar a Dios. Y a la inversa, tampoco se puede encontrar a Dios si nos sumergimos en nosotros mismos, buscando en lo más profundo de nuestro ser las huellas de Dios.
No, la historia de Navidad nos lo deja muy claro: Dios está justo en medio de nuestra historia común, es más, está viviendo nuestra historia con nosotros, de pie junto a nosotros, por así decirlo. La historia de la Navidad es como una alfombra que entreteje con hilos de colores diferentes, la historia de Dios y la historia humana. Así comienza también en el Evangelio de Lucas. Habla del Imperio romano, de Augusto el Emperador y de Cirenio, su gobernador en Siria. Habla de la orden de censo que fue emitida y que obligaba a miles de personas a ir a la calle, habla de la falta de misericordia de los ricos que no proporcionaron siquiera una cama a una mujer embarazada. Esta historia da cabida a los marginados de la sociedad, a los pastores en los que nadie confía, y sitúa en el centro a una joven embarazada que sin duda ha deshonrado a su familia. Esta es la historia humana a gran y pequeña escala. ¿Dónde está Dios?
Dios se encuentra en medio de este entorno - no elevado por encima de él como un observador silencioso, ni mística y espiritualmente por debajo de él en nuestros sentimientos. Dios no permanece impasible ante esta historia humana. Él es tocado, amenazado, desafiado y atacado en este niño desde el primer hasta el último aliento, desde la cuna hasta la cruz. Esta es la historia de Dios en medio de nuestra historia. Cuánto nos gustaría que Dios interviniera desde el cielo y proporcionara por fin justicia y paz, especialmente en estos días. Cuánto nos gustaría que la miserable guerra de Ucrania terminara por fin, que las armas callaran por fin en Israel y Palestina. Cuánto nos gustaría que la gente entrara por fin en razón y solucionara sus conflictos sin violencia, que se sentase a la mesa de negociaciones en lugar de recurrir de inmediato a los tanques. Qué hermoso sería que Dios pusiera orden de una vez. Pero entonces sería el super gobernante, el Augusto supremo, el poder supremo, y así es exactamente como no se consigue la verdadera paz. Por eso Dios confía en el amor, en la empatía, en la indefensión y la no violencia, en el niño del pesebre. Es un símbolo contrario a los símbolos de poder de los gobernantes. Lo entendieron los pastores, la gente pequeña, pero también los tres sabios, al menos parte de la gente culta. Herodes, el rey, no; por el contrario, mandó asesinar a los niños. Esto es historia humana, pero la historia de Dios con el niño es más fuerte y por ello mismo sigue viva.
Por eso, desde Navidad, nuestra historia aparece bajo una nueva luz. No hay fatalismo sino esperanza. Nadie está olvidado, nadie está descartado. Todos y todas tienen un lugar en la historia de Dios. Y otra cosa es cierta desde Navidad: Dios puede encontrarse en nuestra historia, allí donde encontramos mensajeros de amor y de paz. Estos días ha circulado la historia de dos amigos, un palestino, Bassam Aramin, y un israelí, Rami Elhanan. Ambos han perdido una hija en el conflicto de Medio Oriente. En lugar de amargarse, luchan como amigos por la paz y la reconciliación. "Siempre es una imposición descubrir humanidad y dignidad en tu enemigo", dijo Aramin en una entrevista. Pero ésa es la clave de la paz. Requiere un precio: "El precio es la capacidad de respetar a tu vecino como te gustaría que te respetaran a ti", dijo Elhanan.
Este es el mensaje de Navidad que el niño pone en nuestros corazones, cada año de nuevo.
Una versión actual del Salmo 126
Cuando Dios redima este mundo,
entonces seremos como los soñadores.
Entonces reiremos y alabaremos,
porque Dios ha cumplido su palabra.
Cuando se haga justicia,
cuando los débiles ya no estén oprimidos,
cuando no haya más guerra, ni sufrimiento,
ni el llanto de los heridos,
cuando habrá una nueva tierra,
en la que Dios hará florecer de nuevo las flores,
cuando los bosques sean verdes,
cuando el agua sea clara y el aire puro,
cuando las personas se amen los unos a los otros
y celebrarán fiestas con Dios en una sola mesa,
entonces las naciones dirán:
Dios ha redimido este mundo.
No se ha olvidado de la humanidad.
Cuando a los niños de todo el mundo se les permita volver a ser niños,
cuando las madres sean felices con sus hijos,
cuando los más pobres sean alimentados
y los ricos regalen sus bienes,
entonces cosecharán con alegría
los que lloraron sus vidas con lágrimas.
Cuando Dios redima este mundo,
entonces el niño del pesebre habrá crecido.
(Helmut Breit)