La presencia de Dios en los primeros discípulos fue lo que permitió que en tiempos de persecución y muerte su fe no se debilitara, por el contrario que, predicaran el evangelio con pasión y fervor.
Aún es posible proclamar, como en antaño, que la tumba está vacía, porque la muerte no tiene la última palabra y la esperanza de la resurrección alumbra la penumbra del nuevo amanecer de la humanidad.