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1 El primer día de la semana, muy temprano,
cuando todavía estaba oscuro,
María Magdalena va al sepulcro y observa
que la piedra está retirada del sepulcro.
2 Llega corriendo a donde estaban
Simón Pedro y el otro discípulo, el que era
muy amigo de Jesús, y les dice:
—Se han llevado del sepulcro al Señor y
no sabemos dónde lo han puesto.
3 Salió Pedro con el otro discípulo y
se dirigieron al sepulcro.
4 Corrían los dos juntos;
pero el otro discípulo corría más que
Pedro, y llegó primero al sepulcro. |
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5 Inclinándose vio las sábanas en el suelo, pero
no entró.
6 Después llegó Simón Pedro, que
le seguía y entró en el sepulcro. Observó
las sábanas en el suelo 7 y el sudario que le
había envuelto la cabeza no en el suelo
con las sábanas, sino enrollado en lugar
aparte.
8 Entonces entró el otro discípulo, el que
había llegado primero al sepulcro; vio y
creyó.
9 Todavía no habían entendido que,
según la Escritura, él debía resucitar
de entre los muertos. |
San Juan 20.1-9
El relato del sepulcro vació parece dejarnos con una sensación de intriga, de un no saber que ha pasado y, posiblemente, la incertidumbre de lo que pueda estar por venir. El maestro había muerto crucificado, la comunidad de discípulos había sufrido un golpe inesperado; el ministerio de Jesús parecía haber sufrido un revés para el cual no estaban preparados. Tres personajes son testigos de la resurrección del Señor: María Magdalena, Pedro y el discípulo amado; sin embargo, aún no están conscientes de lo ocurrido; han quedado asombrados y apenas han empezado a creer que Jesús pudo haber resucitado, no es una seguridad absoluta, por lo que vuelven a su casa. Han estado frente al evento glorioso de la resurrección, pero no lo han podido entender plenamente. Es posible que las circunstancias en las cuales han estado envueltos Jesús y sus discípulos, el arresto y la crucifixión, han creado un ambiente de oscuridad, como esa madrugada en el sepulcro “cuando todavía estaba oscuro”, no permitía ver con claridad los hechos. Cada uno de ellos había experimentado y reaccionado de forma distinta a la experiencia; mientras que María al ver el sepulcro abierto, corre asustada a decirle a Pedro; el discípulo amado llega y tan solo se asoma a mirar, pero sin entrar; Pedro se atreve a entrar al sitio.
Hemos rebasado la línea de los dos años de pandemia; en un principio el temor, la incertidumbre y la inseguridad llenaron el corazón de la humanidad; toda la “normalidad” de la vida humana se vio detenida de un día a otro. Muchas familia vieron morir a varios de sus miembros en poco tiempo; la pérdida de empleos y con ellos de sus empresas, casas y otros bienes materiales, fueron efectos colaterales de la pandemia; el distanciamiento de los seres queridos y sobre todos los más vulnerables, los adultos mayores o aquellos que padecían una condición de riesgo. Todo esto sumó para crear una noche oscura para la humanidad. Surgieron teorías de conspiración, argumentos religiosos acerca de tiempos finales, los cuales aumentaron la tensión y preocupación de todos y todas, Podríamos decir que, ante la muerte o el peligro de sufrir, las personas reaccionamos de formas diferentes.
Al igual que los discípulos y discípulas de Jesús, en aquella madrugada del domingo de la resurrección, es difícil creer que estamos ante un evento que ha de mostrar la gloria de Dios, algunos apenas “estamos empezando a creer”; pero evidentemente, Dios ha estado obrando en favor de la humanidad en esta pandemia. La humanidad ha tenido que unirse para buscar una vacuna, la tecnología ha permitido que el aislamiento sea menos dañino, los avances científicos lograron desarrollar una vacuna en tiempo récord, la logística para que el medicamento llegue a los diferentes países ha sido eficiente, todos y todas nos unimos para aplicar las medidas de higiene para protegernos y proteger a los demás. Se hizo conciencia de nuestra responsabilidad de cuidar de los demás, particularmente de los más vulnerables. Definitivamente, estas realidades podemos verlas desde la razón humana o mirarlas desde la fe y desvelar la manifestación gloriosa de Dios, una vez más, en favor del ser humano. No podemos negar el dolor de las personas que perdieron seres amados y la forma en que tuvieron que enfrentar el duelo, pero aún en medio de esos momentos, indudablemente, Dios ha estado manifestando su amor y compañía en la hora oscura.
A un poco más de dos años de esta pandemia tenemos señales de que un nuevo amanecer está llegando; permita el Señor de la vida, que podamos ver con claridad como el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos sigue trayendo vida en los escenarios de muerte que ha experimentado la humanidad en estos tiempos. Aún es posible proclamar, como en antaño, que la tumba está vacía, porque la muerte no tiene la última palabra y la esperanza de la resurrección alumbra la penumbra del nuevo amanecer de la humanidad.
Oración:
Señor y Dios de la vida, en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo hiciste manifiesta la fuente del poder que ha vencido el aguijón de la muerte, ayúdanos a creer y afirmar en nuestra propia experiencia esa nueva dimensión de vida. Que, en nosotros y nosotras, nazca la voluntad y necesidad de proclamar la realidad de la resurrección de Jesucristo como fundamento de nuestra esperanza, en medio de los escenarios de oscuridad y muerte que surgen en los devenires de la vida. En Jesucristo oramos. Amén.