Las mujeres de Abya Yala entonces se empoderan de una historia y memoria ancestral que les permite ser un símbolo de resistencia invisibilizado por una “historia monolítica y universal” ajena a los pueblos originarios, a la ancestralidad y a la memoria que se sigue compartiendo alrededor del fuego, la cocina y de los tejidos.
La irrupción del virus camina junto con diversos factores en cuanto a las relaciones de género y poder. Los patrones de conducta normados por un sistema opresor muestran la desigualdad y el atropello en que viven las mujeres, los cuales crea y mantiene la vulnerabilidad en la trasmisión del virus y por lo tanto la feminización del VIH.
Hoy 530 años después en medio de historias mágicas sobre esta fecha, se busca, aunque sea doloroso, reconocer que estar aquí es un acto de valentía y resistencia en medio de lo que ha significado la opresión, esclavitud, el genocidio y el forzoso proceso de asimilación a las cuales los pueblos originarios han sido sujetos por siglos. Aún sufrimos las consecuencias de estos siglos de trauma y dolor. Una mirada profunda a nuestras propias raíces, identidades y memorias ancestrales son hasta ahora cuestionadas.