La vulnerabilidad de las mujeres para infectarse con VIH se acrecienta ante la discriminación, la desigualdad, la violencia en el hogar y el empobrecimiento, entre otras situaciones sociales que las pone en desventaja. Para las mujeres que viven con VIH es necesario tener cerca una comunidad de fe que esté dispuesta a ser inclusiva, solidaria y además fortalezca su sentido de resistencia.
Este 1 de diciembre es necesario construir comunidades de fe que acompañen a las mujeres, adolescentes y niñas con diagnósticos positivos de VIH. Como iglesias, podemos ser una comunidad que, de esperanza, eduque y sea un lugar seguro para todas las personas.
Recibir el diagnóstico del VIH
El impacto del VIH ha llevado al mundo a grandes cambios, el virus se abre paso mostrando la vulnerabilidad de la humanidad, la vulnerabilidad de nuestros cuerpos especialmente del cuerpo de las mujeres.
A través del informe de la oficina de las Naciones Unidas del 2021 más del 53% de los casos de personas que tienen VIH son mujeres que viven en violencia y empobrecimiento. La mayoría de ellas no cuentan con una adecuada información preventiva y han sido infectadas por sus parejas. Casi la cuarta parte de las personas que viven con el VIH no saben que están infectadas, convirtiéndose en un riesgo involuntario para otras personas.
Existen diversas reacciones por parte de la familia cuando las mujeres que viven con VIH comparten su diagnóstico, sus familias pueden: rechazarlas, juzgarlas, discriminarlas o por otro lado las acogen y acompañan. Sin duda, la familia juega un papel fundamental en el proceso de adaptación, las iglesias y las comunidades de fe son también un espacio importante de apoyo y resistencia para sobrellevar el diagnóstico.
Es importante resaltar, que, si el tratamiento médico está acompañado del soporte familiar, de una buena alimentación y cuidado de la salud, y el apoyo y sostén de una comunidad, los síntomas pueden del virus pueden demorarse en aparecer.
Convivir con el VIH
Las situaciones que deben enfrentar las mujeres al recibir un diagnóstico positivo de VIH son complejas. El rechazo, estigma y discriminación que viven tiene un gran impacto, especialmente en una sociedad conservadora, que no habla abiertamente sobre la sexualidad lo cual crea una invisibilidad que tiene consecuencias negativas.
La sociedad patriarcal ha creado un sistema de doble moral con parámetros diferentes para medir la conducta de los hombres y las mujeres, justificando el maltrato y la exclusión del cuerpo femenino llevándolo a cargar con grandes sufrimientos. En el hombre se admite la infidelidad, el abuso y la promiscuidad; mientras que a las mujeres se les exige fidelidad, pasividad, recato, sumisión y resignación a todas las condiciones que el hombre le plantea.
La irrupción del virus camina junto con diversos factores en cuanto a las relaciones de género y poder. Los patrones de conducta normados por un sistema opresor muestran la desigualdad y el atropello en que viven las mujeres, los cuales crea y mantiene la vulnerabilidad en la trasmisión del virus y por lo tanto la feminización del VIH.
Ante esta situación, muchas mujeres pueden sentirse atrapadas e incapaces de hacer algo para mejorar y afrontar su condición. No debemos olvidar que las personas somos seres de interrelación con el mundo y también con nuestro cuerpo, donde nuestro sistema inmunológico está en relación con nuestro estado anímico.
Creemos en la resistencia de las mujeres que viven con VIH, creemos en la una oportuna educación sexual en espacios de liderazgo y creemos en el soporte y apoyo mutuo de la comunidad y la familia.
Resistencia y la acción de esperanza
Después de un diagnóstico positivo, hemos encontrado a mujeres movilizándose y acercándose a redes de personas que conviven con el VIH, creando alternativas de convivencia que les permita vivir en mejores condiciones. Desde la experiencia ellas reconocen que la comunidad les permite, con mayor eficacia, enfrentar la discriminación y el empobrecimiento, situaciones con las que conviven día a día.
Para estas mujeres, la esperanza es una fuerza vital, una vivencia espiritual que está relacionada a la búsqueda de sí mismas, de la valoración de sus cuerpos y del sentido de la vida. La esperanza se vuelve un motor para vivir, el VIH ya no es más un diagnóstico de muerte, sino una condición de vida.
Dios acompaña, dignifica y restaura su creación por medio de la transformación del presente, y en la búsqueda de la plenitud de vida.
Comunidades inclusivas
La propuesta de vivir en una comunidad inclusiva es una alternativa frente al sistema patriarcal vertical, autoritario y excluyente que separa y oprime a las mujeres que conviven con el VIH.
Creemos que una comunidad inclusiva, debe vivir los valores del reino de Dios, los cuales nos permitan creer y resistir.
Sin duda, la esperanza que las mujeres tienen como certeza de que Dios las acompaña, renueva en las mujeres la lucha para seguir viviendo. Construir esta comunidad inclusiva, no solo es ser un espacio de reunión, se debe buscar ser un espacio de desarrollo espiritual que permite crecer, liberarnos y acompañarnos en la resistencia.
Como comunidades de fe debemos creer que Dios mismo, nos da una doble porción de fuerzas y esperanza que nos permite convertirnos en una comunidad inclusiva que acompaña y se deja acompañar.