Este mes de noviembre, en el marco del Día Internacional de la Prevención de la Violencia hacia las Mujeres, nos unimos a miles y millones de mujeres y hombres, además de instituciones y colectivos, que visibilizan y denuncian la violencia hacia las mujeres y las niñas en todas sus formas, tanto evidentes como encubiertas. Este mes es, a la vez, una celebración de la resistencia ejercida por estas mujeres y grupos en contra de la violencia y las luchas cotidianas en favor de una sociedad libre de impunidad y de todo tipo de violencia basada en género.
El Antiguo Testamento nos ofrece testimonios de ambos, de violencia hacia las mujeres y de mujeres que se resisten con sus cuerpos, acciones y voces. Este es el caso de la historia de David en 1 y 2 Samuel, narraciones en las que resalta la presencia de muchas mujeres en su trayecto al trono, su reinado y hasta sus últimos momentos en el trono en 1 Reyes 1-2. Reflexionamos aquí sobre la resistencia de una mujer que, aun siendo violentada, resiste y denuncia la violencia en su contra y el sistema que lo permite y lo perpetua.
El relato (2 Samuel 13.1-22) empieza “Absalón, hijo de David, tenía una hermana que era hermosa, llamada Tamar, y Amnón, hijo de David, se prendó de ella” (v.1). Desde este primer versículo, el relato ubica a Tamar en relación con sus hermanos (hermano y medio hermano, respectivamente) y, de hecho, su destino en estos versos será clave para la disputa entre ellos (v.22ss). Ambos son hijos de David y potenciales herederos al trono de Israel. Amnón desea acostarse con su media hermana, una obsesión que lo tiene enfermo. Con la ayuda de su primo Jonadab y del mismo David (vv.5-7), logra que David mande a Tamar a su casa donde la viola (vv. 8-14): “que venga mi hermana Tamar a prepararme aquí mismo dos tortas y que me las sirva.” (v. 6b). Las ordenes de Amnón se cumplen, no interviene nadie (ni su hermano Absalón) a favor de Tamar. Ella se traslada a la casa de Amnón para atenderlo en su enfermedad. En el espacio de la casa, un espacio que debería ser seguro, Amnón viola a su media hermana Tamar y luego la expulsa a la calle (v.11-18).
Es en la alcoba de Amnón, frente a su violador, que Tamar levanta su voz. Sus palabras desvelan no solo las implicaciones inmediatas para ella misma, sino que, más allá, denuncian la insensatez y la soberbia de Amnón.
"No cometas esta infamia. ¿Dónde iría yo con mi vergüenza? ¿Y qué sería de ti? Serías visto en Israel como un depravado. Yo te ruego que hables con el rey; con toda seguridad, no se opondrá a que yo sea tu esposa.” (2 Sam 12-13).
Tamar no permite que las acciones de Amnón sean normalizadas, que su falta de control y abuso de poder pasen desapercibidos. Lo denuncia como una persona depravada, contrario a las prácticas y normas que deberían prevalecer en Israel. Si bien solo Amnón (y su siervo) escuchan las palabras de Tamar y este las ignora y rechaza, permanecen en el texto para quienes leemos el relato. Y una vez en la calle, antes de ser silenciada por su hermano Absalón, Tamar hace pública su denuncia con gestos de lamento y duelo: se echa ceniza en la cabeza, rasga su túnica y va por la calle llorando a gritos (v.19). Duelo que no solo habla de su propio dolor y muerte social, sino que también prevén el futuro que le espera a Amnón (1 Sam 13.23-39).
La historia de Tamar no solo nos habla de la violencia doméstica que ella experimenta y de su protesta frente a ella. Nos habla de la complejidad del entramado social, cultural y político en el que se ubica la violencia hacia las mujeres. Su cuerpo violentado y sus palabras sabias son una profunda crítica al abuso de poder dentro de la monarquía y a la pretensión de impunidad de quienes ostentan de ese poder. Tamar desaparece de la narración bíblica, que continúa con las luchas entre los pretendientes al trono de David. Pero su relato permanece como testimonio, denuncia e invitación para quienes hoy tenemos voz en las calles, las urnas, las iglesias e instituciones.