Si un grupo político logra unir en su discurso lo religioso y su postura política, será capaz de remodelar la subjetividad de las personas generando un ambiente de moralidad que incluye en muchos casos, una actitud acrítica de parte de sus seguidores y con el riesgo de manifestaciones explícitas que dividen a las personas entre malos y buenos, corruptos y virtuosos, libres y esclavos, adoradores de dios e idólatras, justos e injustos, y en el peor de los casos con el derecho a violentar a quienes no entran en su línea ideológica.