El primer muerto por tortura desencadena un escándalo nacional. El muerto diez apenas si aparece en los diarios. El muerto cincuenta se acepta como algo “normal”. Con este ejemplo, apuntaba Galeano a un hecho preocupante de la dinámica social hoy. Unas personas hablan de “la fatiga de la misericordia”, otras de “la trivialización del dolor ajeno”. Es evidente que en una sociedad de consumo como la nuestra, todo puede convertirse en mercancía, incluso las causas nobles, las campañas necesarias y las metas más altruistas. Las nuevas tecnologías de comunicación (con sus campañas de marketing, estudios de mercado, análisis de tendencias, etc.), pueden fácilmente magnificar este problema. Movimientos fundamentales de la lucha social pueden llegar a convertirse, inadvertidamente, en “el sabor del mes” y pasar a ser luego "información vieja", de cierto modo, algo banal.
Estos no son, sin embargo, los únicos riesgos de las verdaderas causas en favor de la justicia social hoy en día. En una sociedad de lucha por los derechos, como lo es la nuestra, la legalidad puede encerrar también un riesgo. Se distingue, con razón, entre legalidad y legitimidad. Es evidente que muchas acciones sociales (individuales y colectivas), siendo formalmente legales, son éticamente ilegítimas en toda línea. El criterio de legalidad es aducido en muchas ocasiones, en causas que van abiertamente en contra de la justicia social. Esto no es ningún descubrimiento moderno, ya un dicho medieval afirmaba: “Si es justo, no es legal; si es legal, no es justo”. La justicia no puede estar reñida con la misericordia. La justicia, decía Heschel, no es una abstracción, existe en relación con la persona y es algo que se lleva a cabo con una persona. “Un acto de injusticia se condena no porque se haya quebrantado una ley, sino porque se ha dañado a una persona” (Profetas 2:106).
La justicia social, finalmente, no debería ser vista como algo complementario, “recomendable”, sino como algo decididamente fundamental, irrenunciable. Martin Luther King, durante un sermón sobre la parábola del buen samaritano decía: “Es cierto que estamos llamados a cumplir el rol del buen samaritano en el camino de la vida, pero esto no es más que un acto inicial. En algún momento debemos llegar a comprender que la ruta entera hacia Jericó debe ser transformada, de tal modo que los hombres y las mujeres no sean constantemente golpeados y agredidos mientras marchan por el camino de la vida. La verdadera compasión consiste en algo más que arrojar una moneda a un indigente. No se trata de una acción casual ni circunstancial, sino de algo que nos permita comprender que cuando un edificio produce indigentes, necesita ser reestructurado enteramente” (Testament 1986, 237).