Soy Cozbi, de niña me gustaba recolectar historias, en especial aquellas que contenían pequeñas dosis de amor, mientras crecía en el camino me encontré varías: amores inesperados, imposibles, amores que dan miedo, y aquellos que germinan y crecen en medio del caos y del odio.
Esta es mi historia… me enamore
en medio del temor, la culpa y el dolor, me enamoré como cuando uno se duerme, de a poquito, lentamente y luego de golpe.
Creo que por curiosos caímos, cuando aquella tarde nos vimos en la puerta del tabernáculo, santuario que marcaba el límite entre mi pueblo y Moab.
[1] ¿Qué sucede cuando el amor cruza esos límites?
Zimri pertenecía a una tribu que era marcada por su historia, su padre tenía sangre siquemita entre sus manos
[2]. Ellos vivían entre los límites de nuestro territorio, su historia migrante dejó una marca muy fuerte en la construcción de su identidad, su configuración como “
otro pueblo” evidenciaba su negación de relacionarse con pueblos extranjeros como el mío, a pesar de que en algún momentos fuimos aliados de Moisés.
[3]
Yo era de la tierra de Madián, hija del príncipe Zur, tenía una buena vida, sin carencias, ni necesidades, pero los conflictos políticos y territoriales hacían estragos con nuestra gente, algo que indudablemente no me dejaba dormir tranquila.
Cuando él supo mi historia me confesó estar en problemas, y luego de un largo suspiro sonrió, sentí como si ya no hubiera más tiempo, el silencio era ensordecedor y las palabras no dichas se traducían en las miradas que nos dábamos cuando nuestros ojos se encontraban.
Mientras hablábamos, veía como por debajo de sus espesas pestañas observaba a las personas que nos rodeaban y a pesar de que no hacíamos nada malo, él muchas veces bajo la mirada.
Pero aquella tarde eso no importó, no tardamos en reconocernos, quizá los dioses conspiraron para que aquella tarde nuestras almas se encontraran, pero aquello era innombrable e inconcebible para nuestros pueblos.
Mi padre se puso furioso cuando supo de la relación, y cuando la noticia corrió por todo el pueblo más de uno se vio indignado, nos juzgaron de idolatras y pecadores, parecía que nuestra historia estaba condenada al fracaso porque el conflicto estaba más instalado que nunca, pero para ambos nuestro encuentro significaba un respiro en medio de una vida muy dura y sombría.
Hoy muy entusiasmado llego a contarme de que su hermano se puso contento al saber de nuestra relación, y nos esperaba en su carpa para darnos la bendición, pero cuando llegamos nuestro trágico destino se asomó…
Ahora no soy capaz de entender cómo nuestras muertes son justificadas como actos de redención, ¿Por qué…? en que momento amar se convirtió en pecado, en idolatría y vergüenza. ¿Cómo es que su Dios
[4] de amor y justicia puede ser celoso, de gran ira y que además castiga con muerte el amor?
Mientras nuestros cuerpos yacen en el rincón de esta carpa, antes de irnos necesito decir que con mi muerte no solo buscaban borrar la ofensa a su Dios y eliminar a Baal-peor mi dios, sino que además intentaron borrar mi memoria y mi linaje. Han teñido mi historia de sangre, me culparon de seducir a los israelitas y causar su desgracia. Ellos aún no han comprendido que la esencia de la vida es el amor, ese amor que no entiende de fronteras ni nacionalismo, que es ajeno al poder que oprime y mata.
Cuantas historias más de violencia tendremos que escuchar a causa de la indiferencia, ¿porque nuestro encuentro como pueblo no nos puede enriquecer a ambos?, ¿por qué la pluralidad de religiones y filosofías
[5] traen muerte y no vida? Y ¿porque nuestra historia yace como un recuerdo de vergüenza y no de amor?
[1] Varo Franco, Números, Biblia de Jerusalén. Descle de Brovuer: Bilbao, 2008, 1086.
[5] Olivier Artus, «Números», en
Comentario Bíblico Internacional, Verbo Divino: Estella 2000, 44.