Este año conmemoramos el Día Internacional del Trabajador y de la Trabajadora en medio de una pandemia sanitaria, que es a la vez, una pandemia social. La Organización Internacional del Trabajo calcula que de abril a junio se perderán 14 millones de puestos de trabajo en América Latina. Esto, sin contar las jornadas reducidas, los trabajadores y trabajadoras que trabajan de manera independiente y en el sector informal. A raíz de las medidas asumidas por los distintos países para prevenir la transmisión del COVID-19, se ha generado un debate sobre la disyuntiva entre la salud y la economía. Hay urgencia, en muchos sectores por activar la economía y volver a la “normalidad”.
Esta polémica presume, sin embargo, que la economía a la que queremos volver con celeridad es buena, y que volver a ella es la salida. Esto sería ignorar el hecho de que la economía de mercado beneficia primordialmente un porcentaje mínimo de la población, y que el trabajo de la mayoría en nuestros pueblos produce riquezas para una minoría. Presume, sobre todo, que las personas están al servicio de la economía y el mercado, y no lo contrario.
¿Serán las leyes del mercado más importantes que la vida de los seres humanos? Jesús muy claramente colocó el bienestar humano sobre la obediencia a la Torá cuando, acusado de permitir que los discípulos se alimentaran en el sábado, señaló que “El sábado se hizo para el ser humano y no el ser humano para el sábado” (Marcos 2.27). Preguntaría hoy si los y las trabajadores se deben a la economía, o si la economía se debe a la promoción de la vida de todos y todas en la tierra, de manera justa, de manera sostenible. ¿No será momento para cuestionar las leyes del mercado, para aprovechar las grietas del sistema que se visibilizan ahora con tanta claridad, para promover proyectos alternativos de trabajo, de economía, y de vida en la tierra? Esta pandemia ha sacado a la luz la fragilidad y debilidad de nuestro sistema económico y de la economía de mercado y su impacto sobre el bienestar humano y la creación. Es la oportunidad para construir algo nuevo, una utopía, como la que anuncia Isaías, que puede hacerse realidad.
21 Construirán casas y las habitarán; plantarán viñas y comerán de su fruto.
22 Ya no construirán casas para que otros las habiten, ni plantarán viñas para que otros coman.
23 No trabajarán en vano, ni tendrán hijos para la desgracia… (Is 65.21-23)