“Los pobres muelen aceitunas para sacar aceite y exprimen uvas para hacer vino, mientras mueren de sed” (Job, 24.11)
Una espiritualidad comprometida no se resigna
El 01 de mayo se conmemora la histórica lucha de las personas trabajadoras alrededor del mundo. En esta jornada, recordamos no sólo la conquista del movimiento obrero, sino la necesaria y urgente movilización por eliminar todas las formas de esclavitud moderna, desigualdad y explotación presentes en la actualidad.
Millones de personas son víctimas de sistemas laborales que perpetúan las desigualdades
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 50 millones de personas viven en condiciones de esclavitud moderna, atrapadas en trabajos forzados, servidumbre por deudas o tráfico humano. En las últimas décadas, la tercerización, la contratación precaria y la inestabilidad laboral se han normalizado como mecanismos de “eficiencia” empresarial. Trabajadores y trabajadoras pierden sus derechos más básicos a cambio de contratos temporales, sin acceso a seguridad social, ni posibilidad de sindicalización. La lógica del capitalismo en la era de la globalización debilita sistemáticamente los sistemas públicos de protección.
Cada vez más, la ropa que usamos tiene la impronta de maquilas en donde las mujeres son castigadas laboralmente cuando tienen su menstruación; utensilios y productos de fábricas son producidos en países pobres a menores costos, en donde la cadena de producción no puede ser detenida, incluso si las personas sufren accidentes laborales. Miles de niños trabajan mientras deberían estar en la escuela para que Occidente pueda sostener sus prácticas de consumo. La explotación de los cuerpos y los recursos se esconde tras los magnos comerciales de importantes marcas. Vivimos en un sistema económico que prioriza la acumulación de riqueza sobre la dignidad humana.
La informalidad laboral afecta hoy a más del 60% de la población trabajadora en muchas regiones del mundo. Millones de personas expulsadas por un sistema que no les ofrece otra opción, son llamadas “emprendedores por vocación”. Lo cierto es que la vida en la informalidad implica falta de ingresos estables, ausencia de seguros de salud, imposibilidad de acceder a pensiones y una vejez condenada a la pobreza.
La riqueza se concentra cada vez más en pocas manos: según Oxfam, el 1% más rico de la población mundial posee casi el doble de riqueza que el 99% restante. Esta acumulación obscena no es resultado del esfuerzo, sino del despojo sistemático de recursos naturales, del trabajo mal remunerado y de políticas estatales que favorecen a las élites globales, en donde las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan.
El pesimismo rodea nuestras conversaciones y la desesperanza aprendida parece empujar a las personas a la resignación. ¿Podemos hacer algo frente a esta realidad? ¡Debemos hacer algo frente a esta realidad!
Una espiritualidad comprometida no se resigna
La tradición bíblica carga ciertas memorias de crítica y denuncia de estos sistemas de explotación y violencia. Uno de los retratos más amargos de esta sistemática opresión la encontramos en pasajes como Job 24.11, que dice: “los pobres muelen aceitunas para sacar aceite y exprimen uvas para hacer vino, mientras mueren de sed” (TLA). En otras palabras, el texto cuestiona la cruenta realidad vivida por un amplio sector del pueblo, cuya vida es consumida en función del lujo de unos pocos. La crítica aquí es contundente: la realidad opresiva es contraria a la voluntad divina. El texto no es únicamente espejo de la realidad, sino su implacable juez.
En nuestras comunidades existen saberes, redes de apoyo, prácticas de solidaridad y resistencia que deben ser fortalecidas. El rol profético de las personas creyentes exige visibilizar a quienes son invisibles, amplificar sus voces, construir nuestras luchas y promover formas alternativas de organización económica, cuidado mutuo y justicia.