A partir de mi experiencia personal y de auto-descubrirme negro, identificándome a través de la historia y el conocimiento de las angustias y sufrimientos del pueblo negro, me siento motivado, comprometido y sensibilizado a trabajar el tema porque en la práctica el asunto de las razas implica sensibilidad y sentido de responsabilidad, más que una determinada forma de rebeldía de lucha; esta se debe convertir en opción y compromiso ante la sociedad frente a todo lo que margine, excluya y sea injusto. De esta manera, desde la ética cristiana, el tratamiento pastoral siempre tendrá que ver con una dimensión diferente de lo ya establecido, que por supuesto, estará en correspondencia con una dosis de locura y de utopías, de fantasías y sueños, una nueva opción de vida que de no por tener estos componentes dejará de ser realizable.
El tema de la
negritud[1], presenta dos aspectos importantes:
el carácter mestizo y mezclado de la sociedad cubana[2] y la realidad histórica de una revolución que desde 1959 estableció un sistema, que intentó crear relaciones humanas más igualitarias, que dieran un lugar al negro o la negra en la vida social, cultural, política y económica del país. Nuestra experiencia socio-eclesial nos ha hecho testigos de cómo al negro y la negra se le ha manipulado, incluso bajo presupuestos de no discriminación. Sin embargo, a nivel subjetivo la realidad ha venido, una vez más, a confirmar que se trata de problemas cuyo arraigo es de tal magnitud y profundidad que no bastan procedimientos jurídicos o políticos, ni el breve lapso de unas cuantas décadas para hacerlo desaparecer.
Aún queda el tema racial como una problemática compleja y “desconocida” como herencia de un sistema colonial, capitalista, patriarcal y racista que condiciona la vida de las personas en nuestra sociedad actual, a decir del intelectual
cubano Fernando Martínez: en Cuba la cuestión es ante todo la del racismo antinegro, la discriminación y los prejuicios contra los no blancos, y la oposición a ellos”[3] . Lo que nos hace ver que el racismo y la discriminación racial está determinado histórica e ideológicamente pero no existen fundamentos socio-biológicos que sustenten la supremacía de una raza sobre la otra.
En años más recientes, las palpables desigualdades que han ido emergiendo en el seno de la sociedad cubana actual han provocado una lamentable revitalización del racismo y la discriminación. Estereotipos que se han internalizado de formas muy sutiles en la subjetividad de las personas que conforman nuestras comunidades y han hecho, junto a las contradicciones emanadas de este tipo de conducta, que la discriminación racial haya adquirido una mayor visibilidad, tema que considero pertinente para un quehacer teológico que pretenda ser liberador y creador de sentidos de vida para personas que han sido sistemáticamente marginadas y excluidas en la sociedad.
Pudiéramos decir con relación al tema, que la Iglesia desde la conquista y aun en nuestra época ha legitimado procesos de exclusión y desde la teología, se ha seguido trabajando la imagen de un Dios blanco
[4], que no entra en diálogo con lo negro.
Se precisa de una teología que rescate las representaciones negras de Dios. Sin embargo, la discriminación racial sigue reproduciéndose y adquiriendo formas sutiles de manifestación, quedando en la consciencia de las personas aun cuando vivimos en un sistema social que pretende todo lo contrario. En este momento pudiera plantear una pregunta importante: ¿Cuál es la realización del negro/a como fuerza social o sujeto de su propia historia en la sociedad cubana de hoy que permita la construcción de una real identidad nacional?
[5]
El racismo se configura como una de las ideologías del antipueblo, es decir, como uno de los discursos prácticos que, enraizados en la existencia social de nuestras mayorías humanas, impiden u obstaculizan la constitución de esta mayoría como sujeto y fuerza social sin su propia tradición, lo que ha sido traducido en la historia de la humanidad como una larga lista de realidades de esclavitud, marginación y sufrimiento humano. La propuesta sería por la liberación del hombre negro y la mujer negra, el mestizo y la mestiza de cualquier raza sea libre de las cadenas que lo oprimen y que obstruyen su plena realización logrando su liberación, pasando de una situación de muerte a vida, recuperando la dignidad y la plenitud como seres humanos.
[1] Cuando decimos negritud nos referimos a la toma de conciencia positiva de la experiencia de ser negro, es una lucha que permite la superación de la práctica del racismo. Entendiendo que el ser negro es una construcción social que viene acompañada de prejuicios y estereotipos que han marcado y legitimado la discriminación racial en nuestras sociedades.
[2] Fernando Ortiz expone que Cuba había recibido los frutos genéticos de toda la humanidad; de “cobrizos indios, blancos europeos, negros africanos y amarillos asiáticos. Los cuatros grandes razas se han abrazado, cruzado y recruzado en nuestra tierra en cría de generaciones. Cuba es uno de los pueblos más mezclados, mestizo de todas las progenituras” Fernando Ortiz, Estudios Etno sociológicos. Editorial de Ciencias sociales, Habana 1991.
[3]Fernando Martínez Heredia, expone en artículo, Historia y raza en la Cuba actual, revista
La Gaceta de Cuba, ediciones Unión, Habana, 2005.
[4] Desde esta perspectiva podemos afirmar, que la imagen de Dios (Imago Dei) le ha sido negada al negro/a, lo que ha tenido implicaciones des-humanizaste.
[5] Cuando hablamos de la realización del negro/a me refiero a la construcción de una autoestima que movilice una identidad desde la negritud.