La construcción social de las masculinidades y feminidades es un tema que compete no solo a hombres y mujeres, sino también a las instituciones que se encargan de la socialización humana, tales como la familia, la escuela, el trabajo, la iglesia y otras más. En estas instituciones los seres humanos aprendemos no solo a ser mujeres u hombres, sino sobre todo aprendemos que, según nuestro género y edad, podemos ejercer o no ejercer dominio y control sobre otras personas. Aunque la familia y la escuela juegan un papel muy importante en la confirmación y reproducción de estereotipos masculinos tradicionales o en la construcción de nuevas formas de vivir la masculinidad, aquí nos concentraremos en la socialización que ejerce la iglesia.
Para comprender la función socializadora de la iglesia en la construcción de las masculinidades es importante tomar en cuenta tres elementos que condicionan cualquier socialización humana: 1) La asignación del género, que se da cuando la persona nace. 2) La identidad de género, representada por factores biológicos y psicológicos. 3) El rol de género, determina cuáles actividades o áreas de acción corresponden a uno u otro género.
Sin embargo, para que la socialización sea efectiva es necesario que las personas acepten y se identifiquen con el rol de género que la sociedad les ha asignado. Es aquí donde entran a funcionar las instituciones socializadoras, las cuales facilitan la aceptación de los roles de género tradicionales. Esta aceptación se logra a través de mecanismos de control y evaluación, los cuales generalmente van acompañados de premios o castigos.
La iglesia, como institución socializadora, es un espacio que por tradición promueve y reproduce modelos masculinos hegemónicos, es decir, modelos donde se le otorga al hombre el poder (dominio y control) sobre la mujer, el hogar, las hijas y los hijos. La ética cristiana tradicional es fundamentalmente patriarcal y tiene la característica de influir en la socialización que realizan otras instituciones, como la familia, la escuela y el trabajo. Por ello, aunque muchas personas no asistan a una iglesia o no se consideren cristianas, están permeadas por esa ética. Este aspecto refleja la importancia de trabajar el tema de las masculinidades desde la socialización religiosa cristiana.
El instrumento ético de socialización por excelencia es la Biblia. Por esa razón, para iniciar un proceso de socialización cristiana orientado a la justicia y equidad de género, es ineludible plantearse algunas preguntas: ¿Es machista la Biblia? ¿Dios es hombre? ¿Por qué la Biblia discrimina a la mujer? Una lectura literal y acrítica de la Biblia, puede conducir a defender, justificar y reproducir interpretaciones machistas y, por ello, pueden conducir a la conclusión precipitada y reduccionista que “la Biblia es machista”. Pero, aunque no lo parezca, “la Biblia no es machista”, sino más bien fue escrita en un contexto cultural machista, que no contaba con los avances culturales actuales del idioma ni existía la perspectiva de género. Sin embargo, en los textos bíblicos también se encuentran pasajes que interpelan el contexto patriarcal de esa época. Y la única forma de (re)descubrirlos es (re-)leerlos con ojos no machistas.
Aunque el sentido literal de los textos no se puede cambiar, sí se pueden hacer diferentes interpretaciones al contextualizarlos. Releer los textos bíblicos implica: 1) tener valor y coraje para interpelar lecturas tradicionales, 2) arriesgarse a que los mensajes nos interpelen personalmente y nos exijan cambios reales en nuestras relaciones de género. Posiblemente los textos nos lleven a descubrir que, para ser parte del Reino de Dios (sociedad justa y equitativa), tenemos que dejar algunos privilegios “terrenales” de género que generan víctimas “terrenales”.