Este tiempo corazono respecto a la violencia obstétrica que sufren las mujeres durante la gestación, el parto y el puerperio, por la medicina que responde a parámetros hegemónicos y patriarcales que estandarizan diagnósticos y tratamientos para controlar los cuerpos. Parámetros que aún siguen los pasos del fundador de la ginecología moderna, James Marion Sims (1813-1883), que usó cuerpos de mujeres esclavas negras en Alabama, para someterlas a dolorosos estudios y crear instrumentos invasivos, como será el tan conocido “espéculo de Sims”.
Esta violencia se extiende como una especie de castigo merecido, que las mujeres deben vivir a causa de un supuesto pecado de una mujer, por transgredir los mandatos masculinos, como se narra en Génesis 3,16 en la que se impone una sentencia en su cuerpo, “con dolor parirás”, relato patriarcal diseminado por diversos territorios, y que es asumido literalmente debido a que la capacidad generadora de vida de las mujeres, tiene que asomarse al umbral de las otras formas de vida para dar a luz una nueva vida. Por lo que, para las interpretaciones patriarcales, la mujer sólo puede salvarse a partir de los dolores de la maternidad (Cf. 1 Tim 2,15), limitándolas a la función reproductora.
Otro texto bíblico poco conocido, es el de las dos parteras Sifrá y Púa, narrado en el texto de Éxodo 1,8-22. Dos mujeres convocadas por el faraón egipcio que buscó controlar los vientres de las mujeres hebreas, a partir de una orden de matar a los niños recién nacidos. Sin embargo, ellas rompieron el ciclo de la violencia, al no cumplir las órdenes patriarcales, y romper la noción hegemónica del cuerpo, “las mujeres hebreas no son como las egipcias; son más robustas, y antes que llegue la comadrona, ya han dado a luz” (vv. 19-20).
La narración refleja dos poderes: el del faraón, que decide quién vive y quién muere; y el de las parteras, que cuidan de la vida de un pueblo. No obstante, el mandato prosigue y se impone para que sea cumplido a toda costa, en un mundo en donde varones y mujeres no tienen la posibilidad de cuestionar y oponerse; pues incluso las madres de los pequeños tienen que acatarla, como se puede ver en el relato de la mujer que ya no puede ocultar a su niño, y prepara un cesto que salvaguarde el pequeño cuerpo de las aguas donde debía ser dejado a fin de cumplir con el mandato (Ex. 3,1-3).
Los relatos bíblicos que tienen la intención teológica de presentar la “voluntad de Dios” a favor de los que gobernaban al pueblo hebreo/judío, se leen en nuestros contextos de manera literal; como se asume también la ciencia moderna desde la que se subestiman los saberes más amables con el tejido de la vida y que son estigmatizados como supersticiosos, primitivos y brujería. Desde esta constatación, vuelvo a la realidad de la violencia obstétrica que obliga a las mujeres a someterse a tratos indignos, mucho más si estás proceden de espacios empobrecidos donde su palabra no cuenta, y son obligadas a asumir sin información adecuada prescripciones, tratos indignos y prácticas (incluso quirúrgicas) sin considerar el cuerpo y ritmo que salvaguarda su vida y su dignidad.
Estos días, tras la partida de una ser querida, evoco con añoranza el cobijo hermoso de parteras, mujeres que acuerpan la vida, que ofrecen palabras que conectan con la sexualidad, la capacidad para sanarse, cuidarse y cuidar el ser en su integralidad, pues la vida no pasa sólo por el cuerpo biológico y cíclico, sino por procesos integrales haciendo conexiones con la fuerza vital de la Pachamama.
… Entonces, la sacaron al campo, donde se unió con la tierra
[1]
En memoria de Yovana Hilaya Chipana
[1] Diamant, Anita.
La tienda roja. Barcelona: VíaMagna. 2009, 40.