Refugio del Dios viviente

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Mientras que el poeta del salmo 16 agradece a Dios por la herencia que le ha tocado, hoy se les arranca la dignidad a esos “otros”, los y las migrantes, campesinos, indígenas, mujeres y niños. Es entonces el tiempo de abrir espacios, territorios de oportunidades, de vida y compartir sentipensares, esas que son las puertas del reino de Dios y su justicia.

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En un mundo con sociedades discriminatorias, excluyentes, xenofóbicas y patriarcales, necesitamos adquirir una nueva visión de esta tierra, que es nuestra herencia y que nos permite disfrutar la bendición de compartir.

El Salmo 16 nos ayuda a profundizar nuestras reflexiones. En el observamos un espacio físico que es la tierra. Este espacio donde estamos todos y todas. Se presenta como espacio sin fronteras, en el que no se marcan centros ni periferias, sino que es un espacio común. Espacio que para el salmista es una herencia de la que se siente feliz de haber heredado. El salmista se siente honrado por ser parte de este espacio en el que habita con otros y otras. No es un espacio de soledad, sino de compañía, de convivio.
Es el disfrute de la compañía de esos otros y otras que el salmista llama santos. El definirlos como tal, es porque se ha relacionado con ellos y ellas, han compartido experiencias de vida que han permitido al poeta visualizar más allá de las apariencias físicas y de grupo que hayan podido existir. Son vistos como santos y santas porque en medio de las posibles adversidades que han experimentado, han sido personas solidarias, misericordiosas, amables y han estado al pendiente de las necesidades ajenas. No son los “otros”, son los iguales y quizás hasta mejores, desde esa visión del salmista. Otros a los que no teme, sino que valora como santos. 

Esos “otros” íntegros que ante ese convivir en hermandad han reflejado sus propios valores y virtudes. Sin más que hacer el bien con honestidad, humildad y coherencia. Se refleja un ambiente de tranquilidad, confianza y paz al grado que el poeta se siente complacido, feliz, agradecido con Dios por haberle dado el privilegio de ser parte de esa herencia.

Hoy estamos experimentando, más que en otros momentos de la historia, las migraciones forzadas de una gran cantidad de personas. Personas que salen en busca de una “mejor calidad de vida y de mejores oportunidades”. O grupos de campesinos y pueblos originarios a los que se les continúa arrebatando sus territorios.  Hombres, mujeres, niños, niñas, adolescentes, ancianos que andan en busca de una tierra segura y placentera donde puedan encontrar descanso. Pero en ese proceso ven sus derechos grandemente violentados y hasta pierden la vida. Muchas personas ven sus derechos vulnerabilizados ante tanta insensibilidad humana. Todos y todas, seres  humanos santos/as, íntegros/as, de quienes se puede aprender y con los que se puede compartir esta herencia que tenemos en común que es la tierra. 

Mientras que el poeta del salmo 16 agradece a Dios por la herencia que le ha tocado, hoy se les arranca la dignidad a esos “otros”, los y las migrantes, campesinos, indígenas, mujeres y niños. Es entonces el tiempo de abrir espacios, territorios de oportunidades, de vida y compartir sentipensares, esas que son las puertas del reino de Dios y su justicia. El poeta nos da una gran lección y nos invita a aprender a mirar la riqueza que se esconde en la intimidad de todos esos santos y santas y nos invita a alegrarnos con ellos y ellas y a experimentar una complacencia mutua por encontrar en esos espacios de hermandad, el refugio del Dios viviente.

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