La historia de la Palestina de Jesús bajo el imperio Romano narrada en los evangelios no está tan lejana a lo que estamos viviendo en nuestro siglo XXI cuando en medio de profundas crisis humanitarias y ecológicas se nos anuncia otra guerra, ahora entre Rusia y Ucrania como medio para “solucionar” las grandes diferencias para la convivencia humana.
Palestina, el contexto en el que se desarrolla la vida pública de Jesús, vivía un sometimiento al Imperio Romano y bajo el pretexto de protegerles y defenderles de los posibles enemigos sobre todo de los pueblos vecinos. No contaba con autonomía política. En el pasado Israel había firmado un tratado con Roma, en el cual ambos se daban amistad y paz y se comprometían a defenderse en caso de invasión (1 Macabeos 8). Con el tiempo, su pueblo se siente seguro en el entorno y no considera pertinente seguir dependiendo de Roma en cuanto a su seguridad y defensa. El costo de esa decisión fue la invasión de Roma en tiempos de Jesús.
La presencia romana había provocado más empobrecimiento debido al sostenimiento de su aparato militar, además de los que ya estaban establecidos para el sostenimiento del “aparato” político-religioso del Templo. Movimientos “nacionalistas” denuncian esta situación, algunos por la vía de la protesta civil y otros, como los zelotes, por la vía armada. Unos y otros esperaban un libertador o un mesías que les haría volver a su autonomía. Esperaban un mesías con un gran ejército que derrocara a los romanos. Jamás podrían esperar, que su liberador vendría a encarnarse desde el vientre de una mujer sencilla y que significaría sufrir la cruz que el sistema impone. Ni esperaron que ese liberador optara por un liderazgo público con un mensaje de amor al prójimo y al enemigo.
A la pandemia sanitaria que vivimos hoy provocada por el coronavirus se le suman las inequidades, la corrupción y las discriminaciones que antes y durante la pandemia distintas poblaciones han sufrido, producto del sistema imperante globalizado que tiene como sus efectos el empobrecimiento, la corrupción política, las discriminaciones están presentes aún en las regiones consideradas ricas. Y en medio de estas condiciones se ha venido desarrollando por parte de los países con mayor holgura económica una carrera armamentista tan devastadora que en estos momentos estamos en gran peligro de una tercera guerra mundial.
Ucrania, zona disputada por los países poderosos desde hace varias décadas, clama por nuestra atención hoy. La crítica situación que viven las poblaciones afectadas es resultado de procesos que van mucho más allá de la decisión que tomó Rusia de invadir. Ha habido una lucha por parte de los Estados Unidos para volver a ser el país dominante y único del mundo (visión unipolar) y Rusia lucha por mantener control en “su propio patio” (visión bipolar). A esto se une la carrera de otras naciones por ubicarse en un escenario multipolar con la Unión Europea, Estados Unidos, China, la India y las Coreas. Lo más peligroso de este escenario es que el proceso impositivo se hace por dos vías: la militarizada y la vía de la dependencia tecnológica con el agravante de la mano de obra esclava, en especial de la niñez. Esto no significa que no exista una tercera vía: la de los derechos para todas y todos en cualquier territorio.
La complejidad de la situación se empieza a vislumbrar cuando observamos que Ucrania ha permitido que en su territorio haya edificaciones nucleares con el apoyo de USA y otras potencias occidentales. Y desde el 2014 y hasta el año 2021 se contabilizaban un millón y medio de migrantes ucranianos a causa de la política de persecución interna del actual gobierno, de manera particular hacia ciudadanos de Donetsk y Luhansk. Entre la invasión militar de Rusia con todas sus trágicas secuelas para la vida de las personas, más de un millón que han huido de su país desde inicios de la guerra, la destrucción de la infraestructura del país, por un lado, y las sanciones impuestas por Estados Unidos, la Unión Europea y diversas otras naciones, la crisis se agudiza. El impacto humano y económico no solo atañe a Ucrania sino al mundo.
De esta manera, tenemos dos contextos distanciados en el tiempo pero que tienen en común la muerte masiva de miles de personas por la invasión o por el sometimiento militar de los países a un imperio que deja aparentemente como única vía para la liberación, la vía armada. Jesús nos presenta una tercera vía: la de la denuncia de tal sometimiento y de todas sus estrategias y tácticas y la del anuncio de que otro mundo es posible, sin que medie la vía militar. Un mundo donde todas las personas pueden convivir con relaciones de respeto y de ternura. Esta vía invita a hacer la opción por las personas más vulnerabilizadas del sistema a fin de que recobren su capacidad de ser sujetos, de ser humanos a imagen y semejanza de un Dios de amor y justicia.
No se vale optar por la vía de la destrucción del otro, pues esta vía también implica la autodestrucción. No se vale optar por la riqueza inmediata sin medir los daños causados al entorno y a la humanidad completa. Esta guerra igual que las otras guerras militares y económicas en Palestina e Israel, Siria, Libia, Yemen, Sahara, Marruecos, Argelia, Etiopía, Mozambique y Colombia, por ejemplo, atentan contra una vida sana, sostenible, sin acaparamientos de ninguna especie y con la libertad de intercambiar la producción, los conocimientos y demás que permiten la vida plena. Hoy nos urge volver a vernos cara a cara y reconocernos como humanos y humanas capaces de convivir y de amar, capaces de generar justicia, honestidad, respeto entre y para todas y todos, de cualquier edad, de cualquier lugar y de cualquier color.
Es nuestro deseo que todas las personas practicantes de cualquier tipo de espiritualidad y creencia llamemos a la cordura y al diálogo para dar fin a esta guerra en Ucrania y a la guerra como vía para la resolución de conflictos en todos los países. Que en el planeta resuene el Basta Ya y que la tierra tiemble por nuestra voz al unísono y nuestra decisión de no seguir alimentando el odio, la discriminación y las rencillas por medio de nuestro silencio, de nuestra decisión de optar por los brazos caídos, a fin de que el mundo se detenga, se paralice, detengamos las máquinas, hagamos silencios para que oigamos los lamentos y podamos convertirlos en ternura y liberación.
Nidia Fonseca Rivera