Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad». Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vamos a Belén, a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer». Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre (Lc 2. 10-16, NVI).
¡Esta historia es fascinante! Imaginemos por un instante estar en la piel de esos pastores, a lo mejor, hasta pensaron que estaban soñando y por eso decidieron acercarse a Belén para asegurarse que en verdad un nuevo Rey había nacido y con Él se inauguraba la tan ansiada época de paz para la humanidad. Mientras leemos, otro detalle nos salta a la vista: el nacimiento de Jesús no fue anunciado a las masas, al contrario, casi pasó inadvertido. Fueron unos pastores los que recibieron la feliz noticia y además disfrutaron de un coro angelical. ¿Cuánto pagarían quienes aman la ópera por asistir a este majestuoso espectáculo?
También es muy significativo que Jesús estuviera acostado en un pesebre, pues nuestro Salvador y Señor estuvo rodeado del estiércol de los animales y no, de los lujos propios de un palacio. Al situarme en ese escenario no puedo evitar pensar en el nacimiento de tantos niños y niñas que pasa inadvertido para la mayoría, pues vienen de madres que –como María- ven nacer a sus hijos e hijas en los lugares menos convenientes e incluso a ellas les falta la protección de un techo y una pareja que las acompañe en la crianza de sus retoños.
La similitud me hace recordar la costumbre de un grupo ecuménico que el 25 de diciembre celebraba con la niñez de su comunidad una fiesta de cumpleaños para Jesús. En una época en la que cada vez se recuerda menos al “cumpleañero” y la atención se centra en las cenas, los regalos y el deseo de celebrar el fin de año, he de confesar que conmemorar el cumpleaños de Jesús cambió mi deseo por recibir y comprar obsequios y empecé a pensar más en ¿qué podría regalarle a Él?
Sabemos que muchas personas cristianas siguen viendo al cielo en espera de que Jesús aparezca nuevamente, sin embargo, Él nos dijo que se quedaba encubierto en cualquiera a quien le falte lo básico para tener una vida digna. Así que hoy podemos celebrar el cumpleaños de Jesús y regalarle a Él al cuidar con solidaridad empática a quienes nos rodean y tienen alguna necesidad.
Mi invitación es a que pensemos que cada día de este nuevo año recibimos un regalo con miles de oportunidades para hacer la vida de alguna criatura menos miserable. Sólo con un cambio de actitud ante la pobreza, el dolor, el sufrimiento o la soledad tendremos la certeza de que todo mejorará porque nuestro Salvador nació y su nacimiento nos hace proclamar la paz para todo ser que habita en esta casa común que llamamos Tierra.