Es evidente que, para muchas mujeres, niñas y niños, su casa ha representado el mayor de los peligros y la calle se vuelve una puerta hacia la libertad. Su escape sólo prueba que el patriarcado ha pretendido encerrarnos en los lugares privados y con ello nos ha privado del mayor de los bienes: la vida plena y sin miedo, a la que cualquier ser humano tiene derecho. Al salir a la calle para encontrar salvación recordamos también a Jesús y su anuncio del Reino de Dios, pues Él desarrolló buena parte de su ministerio en la calle, en donde mujeres como la viuda de Naín, la mujer sirofenicia, la samaritana o la mujer hemorroísa obtuvieron un milagro que transformó sus vidas para siempre.
Mi invitación es a que pensemos que cada día de este nuevo año recibimos un regalo con miles de oportunidades para hacer la vida de alguna criatura menos miserable. Sólo con un cambio de actitud ante la pobreza, el dolor, el sufrimiento o la soledad tendremos la certeza de que todo mejorará porque nuestro Salvador nació y su nacimiento nos hace proclamar la paz para todo ser que habita en esta casa común que llamamos Tierra.
Quienes abrazamos con fe que Jesús resucitó, sentimos la necesidad de mantener vivo y presente su gran proyecto: el Reino de Dios en medio nuestro. Para lograrlo, les comparto un reto del defensor de derechos humanos Vidulfo Rosales: “Hay que romper el muro de la indiferencia, del individualismo y el confort (…) Solo así lograremos construir un mundo diverso donde quepamos todos, solo así forjaremos una luz en este horizonte gris y desolador”.
El capítulo 8 de Romanos, del que se toma el verso citado al inicio, es maravilloso. Les invito a leerlo en estos tiempos de pandemia para que su corazón se llene de esperanza. El texto nos recuerda que no todas las cosas son buenas, que hay experiencias dolorosas. y tragedias a las que como género humano nos hemos enfrentado. De hecho, el movimiento de Jesús surgió a partir de una proeza: transformar el estigma de la crucifixión en un símbolo de victoria.