Las ciudadanías están ligadas a la procedencia, nacionalidad o lugar de nacimiento, no son mecánicas simplemente por haber nacido en un territorio determinado. Estas se construyen histórica y políticamente. Podemos tener varias identidades por nacimiento y por opción. Una identidad por opción puede ser generada por una práctica de fe o de una espiritualidad. Ambas identidades pueden complementarse o pueden contener perspectivas opuestas y eso requiere discernimiento.
En el texto bíblico, en particular en el primer testamento tenemos, por ejemplo, los mandamientos como generador de una identidad que combina la relación con Dios, la relación familiar y la relación socio-política que inspiran a varias generaciones en distintos contextos políticos, geográficos e históricos. Los mandamientos nos narran el perfil de personas, de familia y de sociedad que Dios desea para su pueblo pero que para adoptar esa propuesta se requiere de un compromiso comunitario y político. Para las comunidades de fe cristiana estos mandamientos siguen resonando hoy en cuanto a nuestro rol como personas de fe y como ciudadanos en un mundo donde el sufrimiento humano es provocado por las guerras, las enfermedades/pestes, por las condiciones económicas o por las avaricias.
Existen dos versiones de los mandamientos: Éxodo 20,1-17 y Deuteronomio 5,6-21 y aparecen muchas referencias a lo largo del texto bíblico. El Dr. Edesio Sánchez nos dice:
…el Decálogo, como documento de la alianza, debe considerarse principalmente como fuerza liberadora del pueblo de Dios…Son en realidad promesas… es un conjunto de principios que involucran a dos entes: un yo (Yavé) y un tú (cada miembro de la comunidad berítica)… y que en su totalidad reúne todos los aspectos de la vida comunitaria: la relación con Dios, la relación familiar y la relación social.[1]
En el segundo testamento y en particular en los evangelios se narran hechos y dichos de Jesús, que aluden a la necesidad de discernir la identidad y testimonio del pueblo de Dios en el contexto del Imperio Romano, el cual tenía a los pueblos conquistados en condiciones de desigualdad política y económica, que se manifestaba en enfermedades y disconformidades que buscaban vías de transformación social. Así, por ejemplo, el texto de Mateo 15,1-20, Jesús desafía a los líderes judíos con la relectura que él hace de los mandamientos y señala claramente a los sujetos que están mal enseñando y de cómo se ha impregnado en la psique de las personas la idea de que no hay salida. Los mandamientos muestran que las identidades políticas y religiosas iban juntas.
Hoy, aunque se supone hay una separación entre la religión y la política, en cuanto a las identidades, la religión y la política se entrecruzan, se deconstruyen, se construyen y se reconstruyen, este proceso no es un asunto personal e íntimo es público y político.
La primera y segunda guerras mundiales fueron la oportunidad para discernir: ¿Dónde y cómo desarrollar procesos de deconstrucción personal, familiar y ciudadana que garanticen respeto por la vida del entorno y la humana? Así como los mandamientos fueron el eje conductor para pueblos que habían experimentado las esclavitudes y las consecuencias negativas de las imposiciones imperialistas e inspiraron a poblaciones empequeñecidas por las invasiones y esclavitudes a soñar con otro mundo posible, hoy contamos con un marco de referencia: los derechos humanos. Y también contamos con la oportunidad que nos brindan las efemérides para discernir cómo deconstruir el mundo que hoy tenemos, el cual está colmado de violencias e injusticias enmarañadas, con una ideología dominante que eclipsa las esperanzas de otro mundo posible.
Las efemérides son pequeños momentos para discernir las consecuencias del eclipse en el que nos encontramos sin aparentes salidas, más que las violencias que se han instalado en la psique humana “moderna”. Quizás los mandamientos puedan inspirarnos para releer y ampliar la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En la década de los 80 del siglo pasado se revisó esta Declaración y también fue una muy buena oportunidad para discernir la afinidad entre el texto bíblico y los desafíos contextuales del pueblo de Dios latinoamericano y la calidad de su convivencia.
Hoy la conmemoración de la independencia de Centroamérica del yugo europeo, quizás sea oportunidad para repensar nuestras identidades como pueblo de Dios, circunscrito en culturas particulares pero con desafíos de sobrevivencia y de paz similares: empobrecimiento acelerado, inseguridad ciudadana, bajas opciones laborales decentes, inaccesibilidad a la formación laboral y académica a bajo costo, muertes prematuras por femicidios, por accidentes viales, por ajustes de cuentas, por inaccesibilidad a servicios de salud, discriminaciones y prejuicios de todo tipo: culturales, étnicos, de clase, de género, de creencias; desesperanza aprendida transformada en ira, venganza, corrupción, todo esto organizado y planeado desde las oligarquías económicas con acceso a la vías políticas de gobernabilidad; justificadas por leyes donde se criminaliza a las generaciones jóvenes y a las clases empobrecidas a quienes se responsabiliza de sus “errores” y se les encarcela para silenciar sus protestas. Las efemérides nos permiten recrear los hechos históricos, resaltar aquellos elementos simbólicos que podrían acompañar el proceso de discernimiento y repensar el porvenir.
Las Comunidades de Fe y los espacios de formación bíblica y teológica también pueden aprovechar el contexto de las efemérides para en comunidad desafiar sus estilos de vida y su compromiso por el amor al prójimo mediante acciones concretas para que otro mundo sea posible. Uno donde todas personas grandes y chiquitas, blancas, negras, cobrizas, amarillas, blancas o coloradas, nativas, mestizas o extranjeras, mujeres, varones, adultos, niños, jóvenes, ancianos, construyen y sostienen espacios, donde se aprenda el cuidado eco-ambiental y el autocuidado con el cuidado de los otros.
[1] Sánchez Cetina, Edesio.
Deuteronomio: Introducción y comentario. Comentario Bíblico Iberoamericano. Buenos Aires: Ediciones Kairós, 2002.