Esa fe que confieso con mi boca debe moverme a ponerla en práctica, a convertirla en una fe encarnada. Dios no necesita de nuestro servicio pero nuestro prójimo sí. El llamado de Dios nos llega precisamente desde los que están en necesidad. Mostramos nuestra gratitud a Dios al comprometernos con la gente que sufre en nuestra sociedad. Quienes dan la espalda a su vecino también dan la espalda a Dios. Por su parte, Juan Wesley nos hace la siguiente invitación: “Haz todo el bien que puedas por todos los medios que puedas, de todas las maneras que puedas, en todos los lugares que puedas, en cualquier tiempo que puedas, a toda la gente que puedas y tanto como tú puedas”.
La iglesia cristiana ha tenido –y aún sigue teniendo- grandes dificultades para reconocer la voz de Dios más allá de las fronteras de sus propias creencias.
Un elemento sustancial en el análisis de la predicación contextual tiene que ver con las personas que protagonizan esta práctica así como el lugar desde donde se realiza. La proclamación del evangelio es responsabilidad de toda la comunidad cristiana, no solamente de algunas personas a quienes se les confiere esta actividad, ya sea de manera profesional o voluntaria. Toda la comunidad es sujeto de la predicación. Esto significa que la palabra que se predica debe ser una palabra que proviene de la comunidad y vuelve a ella. En ese sentido, quien predica ejerce una tarea responsable al hacerlo desde la vida y realidad de su comunidad y en función de fortalecer y edificar esa vida, así como la misión de esa comunidad en su contexto.