La candela de Pascua de la Iglesia Luterana Alemana de este año muestra la cruz como árbol de vida. Parece un poco extraño, dado que sabemos muy bien que la cruz fue un instrumento de tortura en el Imperio Romano para esclavos y rebeldes. En ese sentido, su identificación es con la muerte sangrienta y cruel – pero ¿con la vida?
La cruz personal de mucha gente en estos días de la pandemia es aún más pesada: desempleo, falta de dinero o incluso techo, separación de amigos y familiares, soledad y miedo del futuro. Jesús murió con el grito: “Mi Dios, ¿por qué me has abandonado?” Hoy, ese grito se traduce en el último suspiro de los moribundos en los hospitales o calles de muchos lugares del mundo, como por ejemplo Ecuador.
La cruz como árbol de vida en medio de estos tiempos de desesperanza llega a nosotros recordándonos dos experiencias profundas: la primera es el encuentro con la persona de Jesús, con su amor y solidaridad, así como lo vivieron la mujer encorvada, el aduanero Zaqueo, la adúltera y el capitán romano. Su amor se desbordo hasta el último suspiro. La segunda experiencia es, que los discípulos vivieron este amor y solidaridad incluso hasta después de su muerte. Ellos y ellas experimentaron su Espíritu vivo.
Hoy en medio de la incertidumbre y desesperanza que provoca la pandemia, mucha gente al igual que los discípulos, experimenta el espíritu de amor y solidaridad. Acciones como ayudar a realizar las compras, practicar canciones que luego se corean entre los vecinos y añadir nuevos contactos a nuestros teléfonos y las redes sociales son señales de esperanza.
La cruz se convierte en árbol de vida cuando reconocemos este Espíritu del Resucitado entre nosotros. Por eso, la cruz se hace un símbolo de la vida en solidaridad, esperanza y amor.