El 20 de enero la memoria cristiana recuerda a San Sebastián mártir, un joven oriundo de Narbona que estudió y creció en Milán durante la segunda mitad del siglo III. Su fidelidad al cristianismo le costó la vida, siendo martirizado dos veces, según relata la tradición, por el césar Maximiano.
Este texto no tiene pretensiones de ser una oda al martirio ni mucho menos una exhortación a este; sino que busca en las posibilidades de sentido que se pueden extraer de las representaciones del Apolo cristiano.
La tradición de la calle y la religiosidad popular ha visto en San Sebastián otro patronazgo: el santo de los homosexuales, o gays, o maricones, o pájaros, o locas y cochones; en fin, el santo en quien nos hemos visto representados. Y es que asumir los insultos como palabras que brindan posibilidades identitarias de reafirmación, también nos abre la puerta para poder ver en estas imágenes de dolor nuestras propias historias e intentar sanarlas y aceptarlas.
Quiero hacer esta breve reflexión en tres partes del cuerpo de San Sebastián y cómo estas se relacionan con las imposibilidades que como homosexuales se nos han impuesto. Las manos atadas nos recuerdan esa imposibilidad de hacer. Desde que somos niños las representaciones que vemos en la televisión, publicidad o cine, en conjunto con lo que escuchamos en las iglesias y cenas familiares, son todas heterosexuales. Durante los años en que empezamos a descubrir nuestra sexualidad nos vemos como extraños en nuestra propia casa y cuerpo, nadie nunca nos habló sobre “eso que somos”. No sabemos para donde ir, y muchas veces no tenemos a quien acudir. El miedo al qué dirán nos ata las manos y a muchos les ha robado la vida.
Siguiendo en las experiencias de invisibilización que vivimos desde la infancia se sitúan las flechas en el pecho, vistas como la imposibilidad de amar. Para la sociedad no es suficiente privarnos de existencia, sino que también pretenden castrar nuestros sentimientos. El amor entre dos hombres ha sido condenado históricamente por la religión y anteriormente patologizado por la psicología y otras disciplinas modernas. Esta afirmación se corrobora en el hecho de que en la abrumante mayoría de los países del mundo no es legal el matrimonio entre personas del mismo sexo y en otros, dichas prácticas sexuales siguen siendo sancionadas por jurisdicción. No es mi intención tampoco presentar el matrimonio como baluarte y prueba del amor, sino que parte del principio de igualdad jurídica de toda la ciudadanía que es violentando por creencias homofóbicas sin fundamentos teológicos serios ni científicos.
El avance político de grupos cristianos conservadores en América Latina es la flecha que apuntala la tercera parte del cuerpo de San Sebastián: las piernas, representando la imposibilidad de caminar. Para nadie es un secreto que los discursos LGBTIfóbicos han estado en la palestra de la política regional desde hace muchos años, estos grupos son una amenaza clara a nuestro caminar como personas y como sociedad. Negando la igualdad jurídica de las personas y promulgando discursos de odio que provocan muerte y dolor en nombre de Dios, estos grupos cristianos martirizan jóvenes homosexuales todos los días en América Latina. Desde el padre que golpea a su hijo por no ser “lo suficientemente hombre”, hasta el grupo de hombres que golpean hasta morir al “mariconcito de la clase”, todos ellos representan esa flecha en las piernas que no nos deja caminar como sociedad hacia nuestra utopía de igualdad y respeto.
En la tradición cristiana estos procesos de martirización han funcionado como potencializadores de la fe cristiana, mediante sus testimonios la Iglesia ha comprendido el compromiso de por vida que significa seguir a Jesús frente a los poderes políticos y religiosos del mundo. Hoy queremos hacer memoria de todos esos San Sebastián que han sido martitizados por la homofobia y de esas historias sacar las fuerzas para construir sociedades en las que ningún niño sea violentando por su orientación sexual o identidad de género. Creemos que la resurrección de todos esos cuerpos, mediante la construcción de familias que amen y abracen a todos sus integrantes sin distinción alguna.