El estado actual de las cosas con sus sorpresas y sus tragedias pareciera que está propiciando un mismo lenguaje que atraviesa las culturas y fronteras. Desde algún pueblo en China como en la aldea más lejana de un país de Centroamérica, se comparten angustias similares, crisis económicas y expresiones autóctonas en torno al azote de la pandemia.
En otras palabras, como se ha dicho en muchos medios de comunicación, la fuerza de la pandemia por el Coronavirus Covid-19 ha trascendido naciones, culturas, fronteras e idiomas, ubicando a la humanidad bajo la categoría de “víctima” frente al avance de dicha pandemia. En este sentido la “Aldea Global” se ha dividido en dos: “víctimas y sobrevivientes.”
Pero sería un gran logro que paralelamente a estas nuevas consideraciones sobre la humanidad frente a tremenda crisis, también se lograra articular una nueva visión y lenguaje para evidenciar los vicios y las debilidades de los sistemas de gobierno de las naciones, especialmente en los países latinoamericanos. Sí, que más allá de esas canciones y posts tan emotivos como optimistas, surja una visión que genere o alimente una visión analítica y denunciante de las estructuras sociales de cada país.
Los pueblos latinoamericanos ganarían mucho al descubrir o confirmar el tipo de instituciones que rigen los destinos de la población (como si no lo supieran). Pero esta experiencia de alguna forma está sirviendo para evidenciar una vez más, desde otro plano, la lógica neoliberal y utilitarista que sustenta a las naciones versus la sacralidad de la vida de cada persona independientemente de su edad, raza, color, género o credo.
Mientras los medios de comunicación viven un auge en su rating mostrando el avance de la pandemia y el saldo de víctimas mortales, también muestran –al menos en parte- la dicotomía entre “economía y vida”. Una tensión que pone de manifiesto lo que los sistemas económicos capitalistas de las naciones priorizan, especialmente en países de América Latina. En estos, a la sazón de su historia, la dinámica de las instituciones de gobierno ha inclinado la balanza a los aspectos de índole económico, elitista, empresarial y político en detrimento de la vida de las grandes mayorías de los pueblos.
Porque, aunque el virus no respeta clase social, como dicen algunos, la mayor parte de víctimas son aquellas que no gozan de privilegios para dejar de laborar o para quedarse en casa. Aquellos millares para quienes vivir en riesgo es el pan de cada día, hombres, mujeres y niños que en plena cuarentena necesitan salir a buscar el alimento diario pues viven marginados y marginadas, en calidad de sobrevivientes en su ciudad. En América Latina se registran más de 175 mil casos y 8831 muertos
[1], con la amenaza que los números pueden elevarse dramáticamente en las próximas semanas.
En virtud de lo anterior, la pandemia ha puesto a prueba los aparatos de Gobierno de las naciones, para que se evidencie el lugar de las personas en sus agendas políticas y sociales. De tal manera que cuando en la actualidad se habla de las terribles cifras de muertos en los diferentes países, en cierta manera se está hablando de la incapacidad de las instituciones, su falta de voluntad política o de sus intereses perversos que anteponen sus metas económicas capitalistas a la vida de las personas.
“En guerra avisada, no hay muertos” reza un viejo dicho. Pero lo que hemos visto repetidamente en muchos países latinoamericanos (y en los Estados Unidos) es que no se atendió el aviso y por ello los muertos se cuentan a granel. Providencialmente, suponemos, los postreros países en recibir el impacto de la pandemia, fueron países de América Latina. Ya había antecedentes entonces, ya había información y sirenas alarmantes que debieron hecho que los Gobiernos de las naciones se volcaran inteligentemente a la prevención. Pero especularon, rezaron, no vieron o no quisieron ver lo que se avecinaba, Bolsonaro, Obrador y Ortega, entre otros, podrían hablar de su letargo.
Solo la utopía podría encaminarnos a considerar aquella nación en la que, al saberse de una amenaza por pandemia, haya tomado medidas radicales para evitar que, ni siquiera, una sola persona se viera afectada. Permítanos esta utopía considerar que esa nación, ojalá en Latinoamérica, hubiera volcado su presupuesto económico a la prevención del contagio y hubiera involucrado al sector privado en un plan de acción equitativa. Que hubiera fortalecido y ampliado generosamente su sistema de salud, que hubiera provisto recursos suficientes a la población para que pudiera guardar la cuarentena sin hambre, y muchas otras acciones más en función de que no hubiera una sola persona afectada. La utopía nos permite soñar, aunque en realidad este sueño no dista de las supuestas garantías redactadas en la Constitución Política de los países latinoamericanos.
Tristemente la realidad es otra, una que confronta la demagogia y las evocaciones religiosas de los gobernantes y sus aparatos de Gobierno. Otra vez más se evidencia que quienes sufren la peor parte son los que están situados en la amplia base de la sociedad, y se evidencia la lógica perversa que muchas instituciones adoptan ante una situación de amenaza mundial. Se justifican con su preocupación por la recesión y recuperación de la economía, pero ¿De qué economía hablan? ¿Es esa que no supo responder al gemido de nuestros hermanos y hermanas que fallecieron y que hoy son contados como una estadística? ¿Es esa que no sabe asistir a las familias sufrientes por la partida de sus seres queridos? ¡A quién le interesa esa economía! si solo es la maquinaria de un sistema que arrasa con la vida para acumular sus dividendos.
Como no hay nada nuevo debajo del cielo, y sin afán de profundizar, citamos acá un viejo relato que aborda una problemática similar (nos permitimos sustituir el término “pastores” por el de “gobernantes” para ampliar la connotación del término).
Hijo de hombre, habla de parte mía contra los gobernantes de Israel, ¡profetiza! Les dirás a los gobernantes, esta es una palabra de Yavé: ¡Ay de ustedes, gobernantes de Israel: pastores que solo se preocupan de ustedes mismos! ¿Acaso el gobernante no tiene que preocuparse del rebaño? Se alimentan de leche, se visten con lana, sacrifican los animales gordos, pero no se preocupan de sus ovejas. No han reanimado a la oveja agotada, no se han preocupado de la que estaba enferma, ni curado a la que estaba herida, ni han traído de vuelta a la que estaba extraviada ni buscado a la que estaba perdida. Y a las que eran fuertes, las han conducido en base al terror. Ezequiel 34:4 BL95.
Esa perversa manera de “preocuparse solo de sí mismos” es típica en los gobernantes hasta el día de hoy. Se alimentan de sus siervos, hasta que ya no les sirven, entonces los someten al sacrificio, al desecho. No les importa el enfermo, ni la que está herida, al fin de cuentas, vendrán otras que sepan sustituir su fuerza laboral.
Podemos notar en ese texto esa sensibilidad indignada ante el atropello, ante la injusticia. Porque el sacrificar “una oveja” es el peor acto de injusticia; ¿cuántos actos de injusticia habremos de contar luego de la pandemia? Esa sensibilidad es conciencia, en aquel caso de Yavé, en el nuestro es la tarea por asumir. No se pasa por alto el sacrificio de uno, no hay justificación, ni siquiera con el estúpido argumento que uno es menos que las 212,000 muertes en todo el mundo.
A la sombra de la pandemia por el Coronavirus Covid 19, redescubramos de qué material están hechos quienes gobiernan nuestro pueblo. Sin olvidar que haya alguna excepción, es importante que desde nuestros ambientes sociales (personales o virtuales) compartamos esta concientización de nuestra realidad. Desde nuestros centros educativos o desde nuestros púlpitos señalemos el perverso protagonismo de quienes siempre dicen estar haciendo lo mejor que pueden. Esta es la alternativa frente al aparato demagógico y a los artificios de los relacionistas públicos, expertos en adormecer la conciencia de los pueblos y perpetuar el sistema de injusticia e inequidad.