Conmemorando este 25 de julio “Día Internacional de las Mujeres afrolatinoamericanas y caribeñas” me es grato compartir este pequeño escrito, que recupera la memoria histórica y colectiva, desde mi ser mujer negra, latina y religiosa que ha afianzado mi espíritu de resistencia y valentía para superar las adversidades y la discriminación.
Un gran número de mujeres afrolatinoamericanas es de origen pobre, sus vidas han sido marginadas por constantes violencias, desplazamientos y negaciones; como el acceso a la educación, a los servicios básicos y al empleo justo, pero gracias a Dios esta ventana histórica a cambiado, porque nuestros orígenes también son de resistencia y valentía, lo que hoy nos motiva a seguir soñando.
Nuestras familias extensas han sido uno de los pilares de nuestra resistencia. Las oraciones, el compartir el pan y los diálogos entre nosotras alimentan nuestra fe. Así también la fe del pueblo nos da fortaleza y nos ayuda a rebelarnos contra la opresión y a luchar por nuestros derechos.
Somos herencia de un legado de movimientos de lucha. El amor por lo que creemos y nos dedicamos nos ayuda a enfrentar las diversas situaciones de adversidades que padecemos. Si nos caemos, nos levantamos. El espíritu de ánimo y fuerza, y el saber de que Dios siempre está con nosotras, nos da las armas para vencer la discriminación, el racismo y el sexismo estructural al que somos expuestas. Como mujer cristiana he acompañado a otras en ese proceso y he crecido junto a ellas. No ha sido fácil, pero hemos roto las cadenas que nos atan y hemos salido de la victimización impuesta que nos detiene.
En un proceso de reflexión sobre la violencia contra la mujer, la discriminación, las experiencias de esclavitud, la opresión y los derechos sobre la tierra y la ciudadanía a la luz de la palabra, nos lleva a una lectura comunitaria y comprometida con la verdad que Dios profesa. Debemos estar siempre unidas, trabajar contra el machismo, exigir que nos escuchen y levantar nuestra voz con propuestas que nos ayuden a tener presencia y participación en la vida ciudadana, en la educación de nuestros pueblos y en el manejo de los recursos naturales y las políticas del estado. Denunciemos los sistemas económicos, políticos y sociales excluyentes, que no permiten la abolición de la esclavitud y que generan inequidad y muerte, donde los peligros y la violencia de la que somos objeto muchas veces, chocan escandalosamente, negándonos una vida digna, justa e integra.
La mujer afrolatinoamericana tiene un rol importante en la sociedad y en nuestras iglesias. Desde nuestras realidades debemos asumir desafíos como: la formación-educación para la defensa de los derechos humanos, la identidad y el sostenimiento de los vínculos familiares, así como la participación activa en los diferentes escenarios políticos y económicos. Desde nuestras iglesias debemos trabajar en relecturas bíblicas que presten mayor atención a la pastoral de las mujeres que viven en contextos de marginalidad y violencia, y que las motiven a la toma de decisiones. Porque somos las que más comunicamos, sostenemos y promovemos la vida, la fe y los valores, somos la unión entre lo sagrado, la vida biológica y espiritual.
Mi gratitud y reconocimiento a todas aquellas mujeres afrolatinoamericanas y caribeñas que han aportado con sus vidas y sus luchas, para que hoy sigamos construyendo historia y forjando, con actitud positiva y valentía, nuevos caminos de justicia y paz.