Cuando pensamos que hay un Día internacional… del perro, del gato, de la barba, del buitre, de la paella, etc., comprendemos que este tipo de celebraciones tiene un lado mediático. La sociedad contemporánea busca ser “políticamente correcta” en cada aspecto, y el tema de la erradicación de la pobreza no podía faltar. Este ángulo mediático puede prestarse, involuntariamente, a una especie de banalización del tema. Se celebra este día junto al día del gato, de la cerveza, del pelirrojo, etc., como si fuese un tema más de una lista. Pero este “tema”, lo sabemos, no es un tema más. Obvia decir que no es, tampoco, algo que pueda ser erradicado con una acción o en un momento dado.
La pobreza se ha convertido hoy en una especie de concepto genérico que forma parte de muchos discursos, es algo así como “el sabor del mes”. Lo cierto es que al hablar de pobreza hablamos, realmente, de vida y muerte, de dignidad humana, de sobrevivencia, de calidad de vida, de derechos humanos. Esto permite ver que no se trata de un tema más, sino del tema fundamental de la sociedad moderna, el punto donde convergen la economía, la ética, la lucha por los logros sociales, la democracia. Hablar de erradicación de la pobreza no consiste en dar una ayuda a quien no tiene, sino preguntar ¿por qué, de un modo sistemático, las personas carecen de lo fundamental para vivir, con un mínimo al menos de dignidad? No se trata de ayudar a una persona/comunidad pobre sino de preguntar con radicalidad, con seriedad, con empatía ¿por qué los hay? ¿por qué hay más y más cada día?
Esta celebración es, con todo, relevante en el sentido de visibilizar, de un modo u otro, el tema. Nos recuerda que, en medio de la paella y la cerveza, hay quienes carecen de pan y agua. Y que estas carencias, cuando forman parte del día a día de comunidades a lo largo de años, crean -ineludiblemente- estragos fundamentales en las personas y comunidades. Algunas carencias van más allá de los estragos físicos que vulnerabilizan los cuerpos. Estas carencias, convertidas en modo de vida, en cultura, dejan secuelas profundas en la percepción que una persona o comunidad tienen de sí mismas, en su capacidad para empoderarse, para resistir, para vislumbrar la salida de aquella situación inhumana, indigna, lacerante.
Pero frente a esa persona-comunidad vulnerabilizada por estas condiciones está esa otra que sí tiene, que sí cuenta, que sí posee, no solo lo esencial, sino (en muchos casos) infinidad de cosas superfluas en medio de las cuales vive y nada, sin la menor consciencia de que tales formas de abundancia laceran la estima y la dignidad de quienes, viviendo a tan solo unos metros, carecen de lo más esencial. Lo que nos recuerda una imagen cruda del libro de Job: “… cargan el trigo y pasan hambre; exprimen aceite en el molino, pisan la uva en el lagar y pasan sed” (24,10s). Ambos se encuentran atrapados en una relación intrínsecamente injusta y en la que la dignidad de una persona/comunidad no se puede alcanzar pasando por alto las necesidades de la otra, como si ambas cosas no fuesen mutuamente interdependientes. La miseria de una hace imposible que quien vive en la abundancia, frente a ella, pueda vivir con/en dignidad. Hay algo inherentemente inhumano, indigno, inaceptable en aquella afluencia.
En estas condiciones no podemos pensar en las formas tradicionales, socialmente aceptables, de “ayuda al necesitado”. Esto nos recuerda un comentario hecho por el Dr. Martin Luther King, durante un sermón sobre la parábola del buen samaritano (4 de abril de 1967, iglesia de Riverside, Nueva York): “Es cierto que estamos llamados a cumplir el rol del buen samaritano en el camino de la vida, pero esto no es más que un acto inicial. En algún momento debemos llegar a comprender que la ruta entera hacia Jericó debe ser transformada, de tal modo que los hombres y las mujeres no sean constantemente golpeados y agredidos mientras marchan por el camino de la vida. La verdadera compasión consiste en algo más que arrojar una moneda a un indigente. No se trata de una acción casual ni circunstancial, sino de algo que nos permita comprender que cuando un edificio produce indigentes, necesita ser reestructurado enteramente”.