Se hace evidente entonces que la respuesta necesaria frente a este problema global, no es solo el gesto individual de buen corazón que permita seguir viviendo “con buena consciencia” en una situación global de injusticia, sino una acción política global con implicaciones económicas, capaz de restablecer relaciones globales de justicia que hagan innecesario el problema del desplazamiento de miles y millones de personas refugiadas.
La pobreza se ha convertido hoy en una especie de concepto genérico que forma parte de muchos discursos, es algo así como “el sabor del mes”. Lo cierto es que al hablar de pobreza hablamos, realmente, de vida y muerte, de dignidad humana, de sobrevivencia, de calidad de vida, de derechos humanos.
Es claro que la independencia no es algo que se recibe, sino algo que se logra. Desde este punto de vista, la declaración que se celebra es solo el acto inicial en que desaparece la tutela política formal de un poder colonial europeo. Queda por delante, la tarea siempre permanente de forjar la libertad en la cotidianeidad.
Es evidente que en una sociedad de consumo como la nuestra, todo puede convertirse en mercancía, incluso las causas nobles, las campañas necesarias y las metas más altruistas.