«Ningún árbol bueno produce frutos malos, y ningún árbol malo produce frutos buenos. Cada árbol se conoce por los frutos que produce. De una planta de espinos no se pueden recoger higos ni uvas. La gente buena siempre hace el bien, porque el bien habita en su corazón. La gente mala siempre hace el mal, porque en su corazón está el mal. Las palabras que salen de tu boca muestran lo que hay en tu corazón.»
Lucas 6: 43-45
Hoy, la diversidad de los medios de comunicación se han constituido en herramientas efectivas para ejercer dominio y control sobre la población civil. Indiferentemente de los mensajes que se envían, en su mayoría buscan ejercer el control y poder de convencimiento para que la población haga como se quiere. Bien sea sobre asuntos políticos, económicos, de salud, sociales, de entretenimiento y hasta religiosos que, antes que liberar, someten y, aun así, muchos se dan por válidos. El poder que se ejerce con las palabras, es una violencia simbólica que atropella, reduce, invisibiliza, empobrece y quita el valor de la dignidad humana. Hoy es muy común escuchar mensajes distorsionados que se disfrazan de verdad. Lo peor de todo es que, como sociedad, nos hemos acostumbrado tanto a escuchar este tipo de mensajes, que ya no se tiene la suficiente sensibilidad para analizar y reaccionar ante ese cúmulo de palabrería vacía y reduccionista.
De ahí que sea tan importante volver a los textos bíblicos que como siempre, nos arrojan luz para despertar ante la esclavitud. Tanto Jesús, en el evangelio de Lucas, así como el sabio del Eclesiástico nos invitan a evaluar con detalle la autenticidad de todo lo que escuchamos en nuestro diario vivir. Esta autenticidad se mide, no por la elocuencia o versatilidad para hablar, sino en las verdaderas intenciones detrás de esas palabras.
Notemos que en estos textos aparecen dos actores: quienes hablan y quienes escuchan. Jesús, como buen conocedor de su sociedad, nos recomiendas poner atención a las palabras que escuchamos, y también a las que decimos. “Lo que abunda en el corazón, lo habla la boca”. Por su parte, el Eclesiástico nos dice que cuando se pronuncian palabras, desde ellas se evalúa los defectos, los valores, las intenciones, el corazón, la integridad y la lealtad de quien habla.
Por lo tanto, ante los discursos político-religiosos manipuladores, opresivos que violentan constantemente los derechos y la dignidad de las personas, estos textos bíblicos nos llaman a poner atención cuidadosa de todas aquellas palabras que escuchamos y a tener la destreza de evaluar las intenciones que hay detrás de ellos. La justicia y la paz sólo puede edificarse en ambientes saludables, una buena forma de empezar a construir estos ambientes es aprendiendo a hablar con verdad y a escuchar con sospecha reflexiva. Que las palabras que pronunciemos sean portadoras de frutos de bendición y que lo que escuchemos, sea discriminado como quien está en disposición de conseguir el fruto de mejor calidad, tal como lo plantea Jesús.
“Los defectos aparecen en lo que se dice, como la basura en el colador. Con el fuego del horno se pone a prueba la vasija, y con su modo de razonar se pone a prueba la gente. Al árbol bien cultivado se le conoce por sus frutos, y a la gente se le conoce por su manera de hablar. Las palabras revelan lo que en verdad piensa la gente. Por eso nunca alabes a nadie antes de oír sus razonamientos”.
Eclesiástico 27:4-7