La celebración del “Día mundial del refugiado” busca recordar una realidad que puede normalizarse y pasar desapercibida como una parte natural del panorama social. Algo así, implicaría que una buena parte de la población mundial continúa su vida al margen de realidades humanas desgarradoras e inaceptables.
Refugiada es la persona que huye de un peligro de muerte; más precisamente, que se ve obligada a huir en contra de su voluntad. Es la persona que aspira llegar a un lugar de refugio donde, de una forma u otra, pueda reconstruir su vida o lo que queda de ella. La vida de estas personas se desenvuelve entonces entre dos puntos, en un lugar intermedio de incertidumbre, en el que se vive mientras tanto, si a eso puede llamársele vivir. De pronto, todo queda en suspenso, a la espera, en veremos. Con el agravante de que casi nada de eso decisivo por suceder depende de la persona misma, que se ha convertido en alguien enteramente dependiente, a merced de un gesto, de una acción ajena. Ahora bien, cuando el número de refugiados se cuenta en millones, en decenas de millones, esta respuesta deja de ser una acción individual, privada y se convierte en una acción política internacional. La crudeza de este problema desvela el sentido de humanidad que han alcanzado las sociedades industrializadas del siglo 21.
La respuesta a ciertos problemas políticos que pueden resolver crisis humanitarias globales, pasa por el reacomodo de ciertos privilegios económicos a los que las sociedades privilegiadas no están dispuestas a renunciar. Se hace evidente entonces que la respuesta necesaria frente a este problema global, no es solo el gesto individual de buen corazón que permita seguir viviendo “con buena consciencia” en una situación global de injusticia, sino una acción política global con implicaciones económicas, capaz de restablecer relaciones globales de justicia que hagan innecesario el problema del desplazamiento de miles y millones de personas refugiadas, internas (Palestina) y externas (Afganistán).
Es muy frecuente, sobre todo en medios “cristianos”, reducir la naturaleza de problemas sociales a acciones caritativas individuales. Se cree poder resolver conflictos políticos con acciones privadas, problemas económicos con gestos de misericordia. Pero, evidentemente, no se trata de esto. Es ingenuo e irresponsable pensar que los problemas políticos se resuelven con acciones de misericordia individual. El problema del desplazamiento de refugiados es multicausal y un día como este es la oportunidad para comprender la magnitud social del mismo, así como el hecho de que “esa realidad”, que vemos desde cierta distancia y comodidad, como no afectándonos de forma directa, nos afecta y nos involucra. No es posible vivir vidas dignas y decentes rodeados de personas que observan a la distancia, como si miraran hambrientas desde la ventana, el interior de un restaurante en donde otras comen cómoda y despreocupadamente. La coexistencia de esas realidades, divididas por el vidrio de un restaurant, no puede ser el modelo de ninguna sociedad en el siglo 21.
“Es cierto que estamos llamados a cumplir el rol del buen samaritano en el camino de la vida, pero esto no es más que un acto inicial. En algún momento debemos llegar a comprender que la ruta entera hacia Jericó debe ser transformada, de tal modo que los hombres y las mujeres no sean constantemente golpeados y agredidos mientras marchan por el camino de la vida. La verdadera compasión consiste en algo más que arrojar una moneda a un indigente. No es algo casual ni superficial, sino algo que nos permite comprender que cuando un edificio produce indigentes y refugiados, necesita ser reestructurado completamente”.
Martin Luther King, abril 1967.