Elías, hombre que estaba haciendo la voluntad de Dios, se encontraba cansado: su misión parecía no rendir frutos, la persecución de parte de los poderes se hacía cada vez mayor, y con cada instante que pasaba deseaba más el sueño eterno: "¡Estoy harto, Señor, quítame la vida!" (1 R 19,4). En este contexto, posterior a la derrota de los profetas de Baal, la furia de Jezabel cae sobre el tisbita, el cual se ve obligado a huir al desierto para preservar su vida, aunque lo que más desea es perderla. Ante semejante panorama de opresión y enemistad, ¿Qué hace Elías luego de desear morir? ¿Dios lo contacta de inmediato, y de igual manera, vuelve a obtener el ánimo para seguir su misión? Para nada, sino que cae dormido (1 R 19,5).
¿Qué sucedió luego? ¿Despertó Dios a Elías con furia para castigarlo por su negligencia? Al contrario, un ángel le dio pan y agua (!), y el profeta se volvió a dormir (1 R 19,6). Luego se levantó de nuevo, el ángel le dio otra vez de comer, y viajo cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb, donde permaneció en una cueva esperando la manifestación de Dios (1 R 19,7-9). ¿Cómo se aparece Dios a Elías? No con las señales típicas de su aparición, que son masivas y buscan provocar temor y temblor, como la tempestad, el terremoto, y el fuego (1 R 19,12a, alusión a Ex 19); no, él nota la presencia de Yahvé en el suave susurro de una gentil brisa (1 R 19,12b). Es bueno cortar nuestra apreciación del relato hasta acá y comprender cuál es su relevancia para nosotros y nosotrashoy en día.
Algunas personas suelen estimar la colaboración sociocultural y teológica como un acto que debe ser de gran magnitud, y no solo eso, sino también de gran relevancia y talante públicos para que tengan algún sentido. Es decir, si queremos colaborar con las personas pobres, debemos hacer una campaña gigantesca y rogar que millones de personas se vean beneficiadas. Claro, no es que eso esté mal, pero los límites de una persona son mucho menores a ese sueño y, de igual manera, también en las pequeñas acciones hay oportunidad para la transformación de la vida. En este punto es donde Elías entra en escena: su "divina restauración" no va acompañada de señales prodigiosas y gigantescas, sino de reiterado descanso junto a una sencilla comida, al cual le sigue una ardua caminata, para luego encontrar a Yahvé, no en su modalidad de condena y juicio (es decir, en la tempestad, el temblor, o el fuego), sino en esa forma de gentileza y apoyo del día a día (la gentileza de un susurro del viento).
Entonces bien, el acompañamiento cotidiano (sueño, pan, y agua) y la gentileza de espíritu (la suave brisa) son dos formas que Dios elige para manifestarse o reconfortar a su profeta, y acompañarlo en el proceso de continuar su misión. Si realmente el pueblo de Dios es nuevo en Él (2 Cor 5,17) y no se conforma al desprecio generalizado de la sociedad, pondrá en práctica esta praxis de acompañamiento y restauración cotidianas. Tal vez no seamos pomposos, tal vez no seamos famosos, tal vez no seamos visibles, pero una vida a contracorriente no se preocupa por esos ídolos de las sociedades actuales, sino que en medio de la marginalidad busca cambiar los ambientes de muerte a vida, sea de pan en pan o de brisa en brisa. Así pues, acompañemos gentilmente con pan, agua, y espacios de sueño seguro a todas las personas que lo necesitan, y seamos esos motores que permitan que el camino de la vida continúe en toda su cotidianidad.