Las generaciones de mujeres a las que pertenecieron nuestras bisabuelas, abuelas, tías y madres enfrentaron condiciones de vida muy difíciles: sus horizontes estaban restringidos a unas pocas opciones de realización y tanto las prácticas cotidianas como la legislación existente las colocaba en posiciones de gran vulnerabilidad económica, política, jurídica y cultural.
Visto el panorama actual en forma global, hoy las mujeres tienen condiciones de vida bastante diferentes a las que vivieron antes que ellas. En muchos países de occidente, como resultado de la organización, empeño, constancia y gestión del movimiento feminista se ha alcanzado un notable mejoramiento en la vida de las mujeres. Hoy contamos con un corpus jurídico que condena penalmente situaciones que en el pasado eran vistas con toda normalidad: obligación a casarse o entrar en relaciones de pareja a muy corta edad y sin su consentimiento, recibir maltrato físico y psicológico de parte de los esposos o compañeros como parte de la convivencia en pareja en relaciones de poder desiguales en todos los aspectos, tener escaso control sobre su sexualidad y capacidad reproductiva, dependencia económica que condicionaba su movilidad, decisiones y por tanto su proyecto de vida, limitaciones para acceder a la educación, al ejercicio de profesiones, a gozar de los recursos generados por sus trabajos, a tener el control sobre recursos económicos, a divorciarse y tener la custodia de sus hijas e hijos, a ser consideradas ciudadanas y tener el derecho a elegir y ser electas en puestos de representación popular.
A pesar de los avances que se puedan señalar en la vida de las mujeres del presente, son muchas las violencias que siguen acechandolas en pleno siglo XXI. Aún persisten patrones culturales naturalizados que obstaculizan una verdadera igualdad de oportunidades para las mujeres. Los logros alcanzados se ven constantemente amenazados desde varios frentes. El sistema económico neoliberal exige recortes en educación, salud y desmantela las instituciones que son el soporte de la seguridad social. En todo esto las mujeres son golpeadas con mayor fuerza. Los fundamentalismos religiosos insisten en cuestionar la libertad alcanzada por las mujeres y acudiendo al pánico moral, plantean viejos modelos de feminidad.
Con tristeza asistimos a altas tasas de feminicidio, violencia sexual, desigualdad salarial, injusta distribución de las tareas de cuidado, que consume el tiempo y la energía de las mujeres y es un obstáculo para su participación en otros espacios de la vida social. Todo esto deja en evidencia la necesidad de seguir reflexionando el tema de las violencias contra las mujeres, detectando sus raíces, desarmando los mecanismos que sostienen y perpetúan tanta injusticia. Se requiere un compromiso personal e institucional para prevenir y erradicar todas las formas de violencia contra las mujeres.
Conviene dar una mirada crítica sobre las concepciones y prácticas que rigen los entornos donde nos movemos. Un ejercicio pausado de reflexión puede facilitar la detección de áreas críticas que deben ser abordadas para avanzar en la erradicación de las formas de violencia contra las mujeres.
¿Cuál es el papel que se le asigna a las mujeres al interior de las familias, en el ambiente laboral, en los medios de comunicación, en los espacios eclesiales?
¿Cómo se promueve en las actividades diarias el reconocimiento y el respeto por la humanidad plena de las mujeres?
¿Cuál es la postura que prima frente a situaciones de violencia contra las mujeres?: silencio cómplice, indiferencia, justificación, denuncia, promoción de la justicia, acompañamiento, restitución.
Como miembros de una sociedad que pretende ser democrática, donde anhelamos que prevalezca el respeto, la libertad, la paz y el trato amoroso entre las personas no podemos seguir tolerando las formas solapadas o abiertas de violencia contra las mujeres. Es conveniente sobre todo poner atención a las primeras, porque en apariencia inocuas son las que dan sustento a las segundas y las naturalizan, impidiendo su transformación. Pensemos en los juguetes y juegos promovidos entre las niñas y que condicionan y limitan el desarrollo pleno de sus capacidades. Sigue siendo común la reproducción de comentarios que encubren violencia con el ropaje de chiste y piropo. El poco interés por conocer, valorar y difundir los aportes que las mujeres han hecho en las diferentes disciplinas del saber y en la organización de comunidades y espacios eclesiales, sigue siendo habitual. La vigencia de narrativas donde las mujeres asumen con una recarga morbosa papeles de maldad, culpabilidad o pureza e inocencia absoluta que no se corresponden con la compleja ambigüedad de la humanidad, propia de hombres y mujeres promueve estereotipos paralizantes. Preguntarse por los parámetros de moralidad, desempeño profesional, deportivo o artístico que se utilizan normalmente para emitir juicios respecto de hombres y de mujeres, puede dar pistas de aspectos que deben ser transformados. Analizar la utilización del concepto de libertad, bajo el cual se pretende justificar la cosificación del cuerpo de las mujeres en prácticas como la prostitución, la pornografía y la explotación reproductiva, donde se esconden estos negocios ilícitos del sistema económico vigente.
Es el momento de concretar la admiración y los elogios que suelen ser la tónica social hacia las mujeres. Resulta muy conveniente quedarse en la repetición de frases como: “las mujeres son lo mejor de este mundo” para no dar oportunidades laborales dignas. Otra expresión que debe ser llenada de contenido es: “mi madre es lo que yo más amo en este mundo”. ¿Qué tal si la frase se acompaña por acciones concretas en la cotidianidad donde se asuman las cuotas en las tareas de cuidado para no recargar a esa mujer que ocupa un lugar tan especial en nuestra vida? Urge revisar las prácticas de protección y cuidado a las mujeres y que no son otra cosa que acciones de control para impedir la movilización de ellas a lugares de estudio, trabajo o esparcimiento. Todos los espacios privados y públicos son del uso legítimo de las mujeres y deben garantizar su vida, su libertad y su integridad.
La sensibilidad cultural se ha venido transformado en relación al papel que las mujeres deben asumir socialmente y eso debe ser celebrado y reconocido; pero falta camino que recorrer para alcanzar los niveles óptimos de bienestar para las mujeres. La conmemoración del 25 de noviembre es un momento apropiado para revisar y renovar el compromiso individual y colectivo por la prevención y eliminación de todas las formas de violencia contra las mujeres.