No podemos separar la Palabra de Dios de la realidad histórica en que se pronuncia, porque ya no sería Palabra de Dios. Sería historia, sería libro piadoso, una Biblia que es libro de nuestra biblioteca. Pero se hace Palabra de Dios porque anima, ilumina, contrasta, repudia, alaba lo que se esta haciendo hoy en esta sociedad.
(Homilía, 27 de noviembre de 1977)[1]
En una homilía, el 10 de septiembre de 1978, Monseñor Romero hablaba del sentido profético de la misión de Dios en el mundo, que debe encarnarse en cada creyente: La misión profética es una obligación del pueblo de Dios. El sentido profético es fuerza disruptiva de la presencia de Dios en la historia de los pueblos para su liberación y dignificación. Monseñor Romero entendía el sentido profético como Palabra de Dios que origina conflictos, en cuanto incomoda a los poderosos, a aquellos que oprimen, aprisionan y atropellan los derechos de Dios y de la humanidad (Homilía, 8 de diciembre de 1977).
Monseñor Romero denuncia una iglesia acomodada con los poderes del mundo que oprimen a los pobres, denuncia una seudo palabra de Dios espiritualista y sin compromiso con la historia. En una homilía (16 de abril de 1978) declara sin temor:
Una iglesia que no provoca crisis, un evangelio que no inquieta, una Palabra de Dios que no levanta roncha, como decimos vulgarmente, una Palabra de Dios que no toca el pecado concreto en la sociedad en que está anunciándose, ¿qué evangelio es ese?
Como pastor, Monseñor Romero, caminaba junto al pueblo de Dios en el Salvador, oprimido y reprimido por las fuerzas del mal objetivado en “leyes” y “organismos que oprimen”. Las instituciones estatales que deben crear condiciones de convivencia y justicia social pervierten en mecanismos al servicio de la reproducción del poder en beneficio de élites opresoras. Este caminar junto al pobre y oprimido, usando su voz de pastor y arzobispo en favor de la dignidad humana del pueblo pobre salvadoreño, le acarreó muchos enemigos entre las élites de poder. Y así, fue martirizado un 24 de marzo de 1980.
Luchar por la dignidad de las personas es trabajar para que brille la imagen de Dios en el pueblo. La pastoral y teología de Monseñor Romero estaba orientada por este binomio: dignidad humana/imagen de Dios, ya que para Romero “no hay dicotomía entre la imagen de Dios y el hombre. El que tortura a un hombre, el que ha ofendido a un hombre, atropellado a un hombre, ha ofendido la imagen de Dios (Homilía, 31 de diciembre de 1977).
Monseñor Romero, fue y sigue siendo amado y honrado por el pueblo católico latinoamericano, asimismo por sectores de las iglesias protestantes, quienes ven en el testimonio de Romero un modelo de compromiso pastoral y una fuente de teología histórica y genuinamente de liberación. El profeta es sentido por su sentido profético y pastoral, es decir, por encarnar la Palabra de Dios que incomoda a los opresores y sus colaboradores entre los pobres. El martirio de Monseñor Romero, su voz y testimonio, genera sentido para la misión de la iglesia en Latinoamérica, también, brinda sentido a los hombres y mujeres creyentes que desde su fe luchan porque sus sociedades sean más justas. Cuando a la persona creyente se le acuse de “politiquero” por asumir su fe con responsabilidad histórica y social, puede recordar lo que Romero dijo en una homilía (16 de julio de 1977):
El cristiano tiene que trabajar para que el pecado sea marginado y el reino de Dios sea implantado. Luchar por esto no es comunismo, luchar por esto no es meterse en política; es simplemente el Evangelio, que le reclama al hombre[2] de hoy más compromiso con la historia.
Actualmente vivimos un franco deterioro de los derechos humanos en Latinoamérica, el retroceso de la Institucionalidad y el estado de derecho; el retorno de gobiernos autoritarios y avances de los neoconservadurismos. En este escenario asumimos el sentido profético de la misión de Dios en la historia, vivido y anunciado por Romero, a la vez que sentimos y recordamos la pasión por Dios y los pobres del profeta sentido, que con visión de Dios sigue anunciando: La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación (Homilía, 11 de noviembre de 1977).
Nota contextual:
El sábado 23 de marzo de 2024 se llevó a cabo un viacrucis en el cantón Vázquez de Coronado, de la provincia de San José, Costa Rica, convocado por la parroquia San Isidro Labrador, en solidaridad con las personas migrantes y exiliadas nicaragüenses, asimismo por los más de 100 presos políticos en las mazmorras del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua. En las diferentes estaciones se mezclaban oraciones, letanías y referencias a las injusticias cometidas por el gobierno de Nicaragua, y a la situación de vulneración de los derechos humanos de las personas nicaragüenses, migrantes y exiliados en Costa Rica. Cada estación era un altar en el que se combinaban símbolos propios de la devoción católica, con fotografías de hermanos y hermanas nicaragüenses asesinados en el contexto de las protestas antigubernamentales del 2018, así también, de presas y presos políticos.
El viacrucis cerró con un breve mensaje por parte del sacerdote Rafael Aragón, una verdadera denuncia profética y anuncio de la justicia de Dios. Aunque era una procesión católica romana, la actividad tuvo varios matices ecuménicos, como la participación de personas evangélicas y el cierre del viacrucis con el canto “Nosotros venceremos”, himno muy sentido y entonado por Martín Luther King Jr, pastor Bautista que fue asesinado por defender los derechos civiles de la comunidad afroamericana en Estados Unidos.
[1] Todas las referencias a las homilías de Monseñor Romero fueron tomadas del compendio editado por Brockman, James.
Tiene que vencer el amor. (Lima-Perú: Centro de Estudios y Publicaciones (CEP), 1988).
[2] Transcribimos literalmente los textos citados, advirtiendo sobre el lenguaje no inclusivo.