Algunos días de celebración en la sociedad contemporánea tienen algo de engañoso o paradójico. En primer lugar, porque la misma sociedad que en ocasiones instituyó una forma de abuso social y la empleó por siglos beneficiándose económicamente de ello, luego celebra ella misma su superación, distanciándose del hecho histórico como existiendo un vacío entre ambos acontecimientos. En segundo lugar, porque se celebra como alcanzadoun hecho cuya superación es todavía, y siempre, una tarea pendiente. Un fenómeno como el de la esclavitud no queda “abolido” más que en su expresión formal jurídica. De facto continúan existiendo diversas formas prácticas de esclavitud, muy similares a las originales, tanto para los beneficiados como para las víctimas de estas nuevas expresiones.
Con todo, hay en el fondo de estas celebraciones, y de esta en particular, algo cierto. En un momento dado en el desarrollo de la convivencia social, una persona o un grupo de ellas llegan a tener la convicción de que algo no puede seguir existiendo del modo establecido. Alguien (individual o colectivo) es capaz de ver, gracias a la luz interior del espíritu humano, un umbral y de asumir como vocación ineludible el superarlo: este no es el camino. No se puede más. No se debe más. Algo debe ser cambiado.
Personas que habían visto sus vidas, sus posesiones y sus tierras humilladas y robadas innumerables veces, cruzan un umbral interior y creen que un futuro distinto es posible. El pensador argelino A. Camus, nacido en una colonia francesa de África, escribe:
“Un esclavo que ha recibido órdenes durante toda su vida juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese «No»? Significa, por ejemplo, «las cosas han durado demasiado», «hasta ahora sí, en adelante no», «vais demasiado lejos», y también «hay un límite que no pasaréis». En suma, ese «No» afirma la existencia de una frontera... Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un derecho. Más exactamente, en la impresión del rebelde de que «tiene derecho a…». La rebelión va acompañada de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón. En esto es en lo que el esclavo rebelado dice al mismo tiempo sí y no... De cierta manera opone al orden que le oprime, una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir”. [El hombre rebelde].
… Pero la esclavitud, en sus diversas formas y expresiones, parece ser un problema coexistente con la vida social. El deseo de dominar se anida en las entrañas más profundas del mundo animal y del ser humano. Y cuando el objeto de esta dominación es un semejante, igual a nosotros en todo, se dan múltiples formas de esclavitud.
El propósito de este día no debería ser entonces la celebración de la superación de la esclavitud sino, más precisamente, el recordatorio de una tarea iniciada pero pendiente. La esclavitud, así como Hydra (el monstruo de siete cabezas de la mitología griega), posee la extraña virtud de regenerarse indefinidamente una vez amputada. Por esto, la tarea de su superación no es algo que pueda llevarse a cabo de una vez, con un solo acto, sino una tarea permanente.
“Que me pese Dios en balanza sin trampa
Si denegué su derecho al esclavo o a la esclava
Cuando pleiteaban conmigo,
¿Qué haré cuando Dios se levante?
¿Qué haré cuando me interrogue?
El que me hizo a mí en el vientre
¿No lo hizo a él?
¿No nos formó uno mismo en el seno?”
Job 31.