Este año, en medio de la pandemia de COVID-19, se conmemora la Reforma protestante, el 31 de octubre, desde una pregunta particular: ¿Qué dice la teología de la Reforma sobre una pandemia como esta?
En el año 1527, en Wittenberg la ciudad de Martín Lutero, los reformadores conocían las amenazas y los estragos ocasionados por la peste negra. Desde esa experiencia, el reformador Martín Lutero respondió, en un escrito bastante amplio, a la pregunta, sobre si era permitido huir de la muerte.
La frase de Lutero de que la plaga es un castigo de Dios por los pecados de los seres humanos se cita con frecuencia. Claramente esta afirmación responde a una doctrina común en la Edad Media, pero la respuesta de Lutero es más amplia. Para él también serían responsables el diablo y las personas contagiadas que no tienen cuidado ni precaución de contagiar a los demás. Sin embargo, no es suficiente sólo retomar generalidades tradicionales para explicar algo inexplicable. Para comprender las afirmaciones de Lutero es importante conocer el conjunto de su teología.
Lutero revolucionó el enfoque teológico al partir estrictamente desde el deus revelatus (Dios revelado) en Cristo. De esta manera se despidió de un concepto filosófico de Dios que quería hacer accesible a Dios a través de la razón humana. Sobre Dios sólo se puede decir lo que él mismo ha revelado en Cristo. De esta manera la cruz de Cristo, como el punto más bajo de su existencia humana, se mueve al centro de la epistemología. En su Disputación de Heidelberg definió claramente este contraste como diferencia entre una teología de la gloria y una teología de la cruz. En la Pasión y la Cruz de Cristo, Dios se revela precisamente no como el autor del sufrimiento y del mal, sino como quien lo sufre. Tal imagen de Dios contradice fundamentalmente todas las operaciones racionales para llevar a Dios y al mundo a una relación armoniosa. Por eso Lutero también llamó a su teología de la cruz una teología paradójica. Dios trabaja sub contrario (bajo su oposición). Lo que significan la bondad y la omnipotencia de Dios no siempre está claro en la especulación humana. Estas características deben determinarse primero de nuevo a partir de la cruz. La bondad de Dios reside en la solidaridad y la compasión de Jesús hasta el último momento en la cruz. La omnipotencia de Dios no es la autoría absoluta de todo, sino el poder del amor que resiste al mal, permanece fiel a sí mismo y vence al mal precisamente a través de esto (la resurrección). Por lo tanto, este Dios que se define en el sufrimiento se convierte para Lutero en un consuelo en la tentación y el sufrimiento. Con este principio de reconocimiento Lutero pone a Dios del lado de los que sufren.
Desde la resurrección se abre entonces una perspectiva de la esperanza. Al final de su escrito "La voluntad determinada" desarrolla una teoría sobre una luz triple:
A la luz de la naturaleza es inexplicable que haya justicia cuando el bien está aquejado y el mal está bien, pero eso lo resuelve la luz de la gracia. Asegura al bien que Dios está presente incluso en el mal vivido y en el sufrimiento. A la luz de la gracia, sin embargo, sigue siendo inexplicable por qué unos llegan a creer en la gracia de Dios y otros no. Por qué, por lo tanto, unos serán justificados y otros condenados. Esto sólo lo puede explicar la luz de la gloria. Sólo ante Dios se mostrará como su justicia, que consideramos incomprensible, establece sin embargo una justicia final. Así como la luz de la gracia aclara lo inexplicable de la luz de la naturaleza, así lo inexplicable en la luz de la gracia se aclarará en la luz de la gloria.
Se puede reprochar a Lutero que él no da una solución final del problema de las pandemias pero, por otro lado, es un signo de una prudente humildad no pretender tener la última palabra sobre los caminos de Dios. Lo que queda, que no es un consuelo menor, es saber a Dios del lado de los sufrientes y tener la esperanza de un futuro para ellos y ellas.